—Buenas noches, ¿puedo ayudarte en algo?
Lo ha dicho sin apenas mover los labios, y su voz parece venir del cielo. Sus cabellos mojados dejan al descubierto el cuello, un cuello que cualquier hombre podría estar besando durante horas. Trato de cerrar la boca y la vuelvo a abrir lo justo para contestar.
—¿Es usted Carmen Estarrún?
—Eso dice ahí, ¿no? —señalando con el dedo la placa pegada sobre la mirilla—. ¿Y tú eres…?
—Ulises Sopena, señorita. Capitán Ulises Sopena, de la Policía Fluvial Metropolitana.
—Vaya, un marinero llegando a buen puerto. Pasa, pasa, por favor, con la puerta abierta y toda mojada lo único que puedo pillar es un buen catarro.
¿Abierta y mojada? ¿Ha dicho «abierta» y «mojada» o han sido imaginaciones mías?
Carmen se gira, obedezco, entro y cierro la puerta tras de mí. Su culo me guía en estado hipnótico por un corto pasillo hasta llegar al salón. Ella se sienta en el sofá, cruza las piernas un par de veces e instintivamente me viene a la cabeza una gloriosa imagen vista en alguna película antigua. Permanezco en pie hasta que, dando unas palmaditas en el sofá me indica que me siente a su lado. Prefiero el sillón, la visión frontal de un sospechoso es fundamental en todo interrogatorio.
—Bien, ¿y a qué se debe tu visita, Ulises?
Vuelve a cruzar las piernas y yo trato de fijar la mirada en el cuadro impresionista que adorna la pared a su espalda mientras noto cómo un sudor frío resbala por mi nuca. Intento a continuación concentrarme en el amplio ventanal que se abre al lago, pero sus ojos son demasiados ojos, su boca demasiada boca, su nariz me apunta con descaro, su toalla parece querer dejar de ser suya y adquiere vida propia, deslizándose —de modo accidental, supongo, con estas toallas nunca se sabe qué pensar— para anunciar un pecho izquierdo francamente prometedor. Solamente lo sugiere, pero si vuelve a respirar un par de veces más…
Fragmento de Cuestión de galones (LIteraturas com Libros, 2011)