Viene de Jim «Edipo» Thompson. Un asunto de familia (1 de 2)
DEL AMOR Y DEL ODIO
Como ya se ha dicho en un apartado anterior, uno de los pilares fundamentales sobre los que se sustenta el edificio edípico es la compleja mezcla de sentimientos que la figura paterna despierta en el hijo, atrapado entre el amor y el odio, entre la admiración y el desprecio, sentimientos estos separados a menudo por un tímido paso.
No es necesario saber leer entre líneas para comprender la fuerte influencia que James Sherman Thompson, padre de Jim, ejerció desde el principio sobre el escritor y su obra. Adinerado y corrupto sheriff del condado de Caddo en Oklahoma, candidato al Congreso por el Partido Republicano, fugitivo para evitar acusaciones por malversación de fondos públicos, hizo fortuna con el petróleo con la misma rapidez con que la dilapidó en su intensa vida social.
Jim Thompson nace marcado por el fracaso, y ya desde crío se le recalca que nunca será como su padre, que jamás alcanzará los éxitos que Pop, que así es como todos llaman al jefe del clan, tuvo en su mano. Siempre bajo la sombra del padre, siempre soportando las burlas por sus esfuerzos por ser alguien en el mundo de la literatura, por su inutilidad para algo tan simple como tocar el violín, por su incapacidad para ganar dinero y sacar adelante a la familia… Una y otra vez intentó Jim Thompson demostrar a su padre lo equivocado que podía estar pero con nula fe en sí mismo, pues siempre estuvo convencido de que Pop era un gran hombre y jamás podría estar a su altura.
Volvemos a la primera novela de Thompson, “Aquí y ahora”, y asistimos a una auténtica psicoterapia literaria cuando James Dillon, el protagonista, se refiere a la muerte de su padre, William Sherman Dillon, mediante una hipotética nota de prensa publicada con motivo del óbito:
“William Sherman Dillon, conocida figura pública alojada en el hospital psiquiátrico de H, antiguo magnate del petróleo, político y abogado, falleció en su residencia a primera hora del domingo por asfixia provocada por la ingesta deliberada de borra de su colchón… Si bien el testamento no ha sido revelado, se apunta a que su patrimonio entero, consistente en facturas por pagar y un legado de demencia, recaerá en James Grant Dillon, prominente plumífero y zote empleado en el sector aeronáutico residente en San Diego, California…”
¿Puede alguien tener peor impresión de sí mismo? Y no es más que el principio de uno de los capítulos más reveladores para comprender el alcance de la tortuosa relación que padre e hijo mantuvieron durante los años que coincidieron en un mismo planeta. En una póstuma conversación entre ambos, las acusaciones de egoísmo se mezclan con declaraciones de admiración por su actitud ante la vida, por su facilidad para imponer su criterio con esa voz atronadora que a todos atemorizaba… Recuerdos oníricos de un padre dispuesto a cubrir de oro a su hijo ante la mirada desaprobadora de la madre, de noches llenas de risas en familia… La sincera afirmación de un padre que detesta a su familia por proceder de un mundo demasiado diferente al suyo, un padre que a su vez se siente detestado por los demás por el mismo motivo, un padre al que se le dice también, una y otra vez, que no es más que un fracasado… Y la confesión de que, en un momento de la vida, deseó que el joven Jimmie se muriera tras la humillación que para él supuso tener que aceptar el dinero que su hijo le ofrecía para que pudiera salir del último apuro en que se había metido.
Con esos antecedentes no es extraño que uno de los personajes más repetidos en la obra de Thompson sea el sheriff corrupto, con una personalidad claramente desdoblada, en ocasiones dispuesto aparentemente a ayudar a la comunidad o a asistir a los oficios religiosos, y a continuación manifestándose como la mente manipuladora que no dudará en matar a quien se le ponga por delante con tal de alcanzar sus fines, sin sentir, por supuesto, el menor arrepentimiento por lo hecho. Es el Nick Corey de “Pop. 1280” (1280 almas, 1964) o el Lou Ford de “El asesino dentro de mí”, dos de las obras maestras del autor y del género negro.
MUERTE, CASTRACIÓN E INCESTO
Aunque no debemos olvidar que el complejo de Edipo es una de las concepciones más discutidas del sistema freudiano, Freud argumentaba que el Edipo se resolvía mediante el temor: el niño se enamora de la madre, lo que le lleva a desear la muerte del padre, al que ve como rival. El conflicto de sentimientos irá perdiendo intensidad, renunciando el niño a poseer a la madre, en la medida en que se refuerce el afecto por el padre así como el temor a ser castigado por él en lo que se puede denominar como fantasía de la castración. Como la que Lou Ford asegura haber sufrido en forma de esterilización a manos de su padre médico cuando era un niño; como la que se realiza Jim Thompson, por exigencia de su mujer, después del nacimiento del tercer hijo de la pareja.
Y si la castración aparece esporádicamente en alguna de las novelas de Thompson, son las relaciones incestuosas las que se convierten en una constante a lo largo de toda su obra. A menudo se presentan en forma de acusaciones infundadas que alguno de los personajes puede dejar caer de un modo sutil, como sucede con Charlie Little Bigger respecto de la asistenta de la pensión en que se aloja en “Savage Night” (Noche salvaje, 1953) o las que sufre Henry Clay, una de las 1280 almas de Pottsville, de quien todo el mundo decía que había dejado preñadas a las cuatro de sus siete hijas que estaban en edad de quedar embarazadas.
Pero ya en esta misma novela, el incesto adquiere relevancia en la trama cuando el sheriff Nick Corey descubre algo que siempre había tomado casi a broma: que su mujer, Myra, lleva años acostándose con su hermano retrasado (cuñado por tanto del sheriff y que vive en la misma casa), al que siempre ha mantenido subyugado a sus deseos.
Y todavía resulta más explícito si cabe Jim Thompson en “El asesino dentro de mí”, con un Lou Ford haciendo a los lectores una auténtica confesión de los motivos que le han llevado a asesinar a tantas mujeres a lo largo de los años: cada vez que mata a una mujer pretende matar a la mujer, a la primera, al ama de llaves (una madre simbólica, evidentemente) que trabajaba en la casa paterna y con quien éste le sorprendió cuando todavía era un chaval en lo que el padre calificó como imperdonable, como algo que se interpondría siempre entre ambos. Blanco y en botella…
Sin embargo, será en el ocaso de su carrera literaria cuando de verdad se desate el furor edípico siempre latente, en lo que parece ser un desinhibido ajuste de cuentas final en el que nada quedará en pie, consciente tal vez de que aquellas serían, con total seguridad, las últimas páginas que escribiría.
EL HIJO DE LA IRA
Quizás sea “Child of Rage” (Hijo de la ira, 1972) la más insólita de las casi treinta novelas que Jim Thompson publicó desde 1942 hasta su muerte. Comienza con un diálogo contundente que anticipa lo que nos encontraremos si seguimos leyendo:
–Sólo hay una mujer en el mundo a la que deseo y no puedo tenerla.
–¿Sí? ¿Quién es, Allen?
–Mi madre.
Se quedó boquiabierta.
–¡Pero… tu propia madre!
–No es algo agradable, ¿verdad? Mi propia puñetera madre blanca. Cerca de ella soy un hombre… o podría serlo. Con cualquier otra me quedo frío como el hielo.
En julio de 1970 Jim Thompson se encuentra en París. Al poco de llegar, recibe un telegrama de su mujer instándole a regresar puesto que su hijo ha intentado suicidarse. Thompson sabe que es mentira, pero vuelve a su país renunciando así a una de las pocas satisfacciones que la literatura le ha podido dar a lo largo de su vida, el reconocimiento por parte de los intelectuales y los lectores franceses de sus novelas publicadas en la Série Noir de Gallimard, reconocimiento que jamás ha obtenido en su propio país.
Antes de viajar a Francia había iniciado la escritura de “White Mother Black Son” (Madre blanca, hijo negro), proyecto de novela que ya había remitido a varias editoriales como tenía por costumbre. De nuevo en casa, retoma la novela y es publicada con su título definitivo, “Child of Rage” (Hijo de la ira) en lo que se puede considerar su testamento literario.
En una novela que tiene mucho de erótica e incluso paródicamente pornográfica, Thompson nos cuenta la adolescencia de Allen J. Smith, hijo negro de madre blanca y padre desconocido. Es, como muchos de los protagonistas de la obra de Thompson, un muchacho de inteligencia privilegiada y una doble personalidad muy acusada que, si en otras novelas se manifiesta en su inclinación por el crimen, en “Hijo de la ira” la vuelca en la venganza sin sangre, en un ajuste de cuentas sexual contra todo y contra todos: contra el director de la última escuela en que su madre le ha matriculado, contra una de sus compañeras (hija de madre negra y padre blanco) que ayuda en las labores de secretaría, contra dos hermanos negros de buena familia que llevan años entregados al incesto –“sería muy raro que un par de chicos agudos y sofisticados como vosotros no lo estuvierais haciendo juntos”, argumenta Allen– y contra su propia madre, la culpable de que sea como es, la mujer que le daba el biberón colocándoselo entre sus piernas, la prostituta especializada en mantener relaciones con afroamericanos y que siempre que discuten pretende hacer las paces con él obligándole a tumbarse desnudo sobre ella mientras le cubre de besos.
Especialmente significativo puede resultar uno de los episodios en el que Allen mata accidentalmente a un bebé, algo de lo que culpa a la madre del bebé por dejar abandonado el cochecito en el que se encontraba durmiendo el niño y a su propia madre por ser la culpable de todo lo que le ocurre a él y a quienes le rodean. Esa madre a la que le gustaría matar, sentarse sobre sus senos desnudos y estrangularla lentamente, casi matarla una y otra vez para que pudiera revivir y así tener un nuevo motivo para matarla. Como siempre, la besaría y harían las paces…
Narrada en primera persona, como más cómodo se sentía Thompson escribiendo, contiene un par de capítulos en los que cambia el punto de vista y, para los enemigos de las sutilezas, nos regala las notas del psiquiatra que atiende a Allen J. Smith:
“Ignoré esa frivolidad, observando las notas que había sacado de los informes que sus anteriores psiquiatras me habían enviado. Hube de anotar que su cociente intelectual era de 190, y que tenía un complejo de Edipo muy acentuado (claro que es elemental que un sujeto con un alto cociente intelectual se identifique sexualmente con uno de sus progenitores o pariente más cercano, en otras palabras, un igual que le parezca digno). También anoté que era un mentiroso patológico…
–Veo que te sientes atraído físicamente por tu madre –dije–. ¿Has tratado del tema con ella alguna vez?
–Seguro –contestó–. Le entusiasma la idea, pero no quiero tocarla hasta que no se haga la prueba de Wasserman.
–Bien… –respondí–, te sientes atraído por ella, pero la rechazas. ¿Por qué crees que puede tener una enfermedad venérea?
–Porque es una puta. Una prostituta cara.”
Dicho esto, poco tiene Jim Thompson que hacer: tan sólo esperar que la muerte le llegue unos años después, verse recluido en un asilo de ancianos como su padre y dejar de comer para acabar con su vida lo antes posible. Y repetir una y otra vez “perdón, perdón, perdón” mientras el recuerdo de Pop, su padre, regresaba a su mente.
Bibliografía utilizada:
Novelas de Jim Thompson
Aquí y ahora (Now and On Earth, 1942)
El asesino dentro de mí (The Killer Inside Me, 1952)
Noche salvaje (Savage Night, 1953)
En bruto (Roughneck, 1954)
1280 almas (Pop. 1280, 1964)
Al sur del paraíso (South of Heaven, 1967)
Hijo de la ira (Child of Rage, 1972)
Otros
Edipo Rey. Sófocles
Ensayos sobre la vida sexual y la teoría de las neurosis. Sigmund Freud. Alianza Editorial
El Albert Camus de la novela negra. Jim Thompson. Mariano Sánchez Soler, publicado en los archivos de La Gangsterera digital.
Artículo publicado originalmente en el especial Jim Thompson de la revista Gangsterera
«Hijo de la ira» y «Aquí y ahora» son dos de mis lecturas para las tardes de este largo y cálido verano. A la vuelta compartiremos impresiones….