Carmen Lázaro sigue dudando. Finalmente decide que nada pierde por llamar y, según lo que oiga al otro lado de la línea telefónica, colgar y olvidar ese número. Incluso arrojar el libro en el que lo ha encontrado a un contenedor si es preciso.
Marca y espera. Un tono, dos, tres. A punto está de colgar. Cuatro, cinco. Suena una voz metálica.
“Soy Manuel y en este momento no puedo atenderte. Por favor, deja tu mensaje después de escuchar la señal. Ah, y si eres Carmen, no olvides decirme cuándo quieres que nos veamos en la librería”.
Al oír su nombre, Carmen no tiene tiempo de colgar como es debido. Simplemente el teléfono se le escapa de las manos por la sorpresa, choca contra el suelo y se le sale la tapa posterior.
Cuando quiere reaccionar, agacharse y recoger el móvil, comprueba que se ha desconectado con el golpe. Lo deja sobre un estante, se lava la cara, vuelve a sentarse sobre el inodoro y trata de montar de nuevo el aparato. Cuando lo consigue, enciende el aparato. Introduce el PIN y vuelve a marcar.
Ha decidido dejar grabado un mensaje.
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