S. S. Van Dine dejó ya dicho en 1928, en la undécima de sus reglas para escribir una novela policial, lo siguiente:
11.- El autor nunca debe elegir al criminal entre el personal doméstico: valet, lacayo, cocinero u otros. Hay que evitarlo por principio, porque es una solución demasiado fácil. El culpable debe ser alguien que valga la pena.
Marco Malvaldi (Pisa, 1974) toma buena nota de esta regla y nos entrega una novela en la que, al menos, ya podemos descartar a un sospechoso, porque cuando el mayordomo es el asesinado -como se dice en el propio título- difícilmente puede ser el asesino. Bueno, tal vez para la tía Agatha sería posible, pero para nadie más. Seguro.
Me refiero, claro, a El caso del mayordomo asesinado (Destino), una divertida y corrosiva novela con la que pasar un par de tardes francamente memorables.
1895. Pellegrino Artusi es un gastrónomo que ha convertido en best seller su libro de recetas, motivo por el cual -aparentemente- es invitado por Alinaro Bonaiuti, barón de Roccapendente, a pasar un fin de semana en su castillo de la Maremma toscana. Allí, además de poder degustar los suculentos platos preparados por la cocinera -que es de lo que se trataba-, Artusi tendrá ocasión de conocer a fondo a la familia de Alinaro: la señora baronesa madre que corta el bacalao desde su silla de ruedas, sus inútiles y puteros hijos Gaddo y Lapo –«Una de las maldiciones más comunes para los hombres poderosos es la de tener un hijo tonto»-, su hija Cecilia y, por si fuera poco, las dos primas solteronas del barón.
Con el numeroso personal de servicio y Fabrizio Ciceri, fotógrafo famoso que también ha sido invitado por el barón, ya tenemos completa la plantilla que nos hará disfrutar de lo lindo. Bueno, completa del todo, no, que nos falta el inefable inspector Artistico, personaje singular donde los haya encargado de investigar la muerte del mayordomo Teodoro.

Elementos más que suficientes para montar una historia de poco más de 200 páginas tremendamente divertida -inevitable soltar alguna carcajada de vez en cuando-, inteligente, irónica, mordaz, original y decadente, con su nobleza venida a menos, su mayordomo, su veneno, su habitación cerrada…
Pero eso no es todo, porque uno de los recursos mejor utilizados por el autor para redondear su crítica a la época en que ambienta la novela y sus costumbres es la elección de un narrador actual que se permite aventurar -juega con ventaja, por supuesto- cómo será la Italia de un siglo más tarde, así como los frecuentes guiños realizados al lector en una eficaz búsqueda de su complicidad, con lo que consigue que la entrega de este -al menos en mi caso- sea absoluta.
A S. S. Van Dine, a pesar de seguir sus leyes casi fielmente, no sé si le habría gustado. A Agatha Christie, quién sabe. A mí, desde luego, me ha encantado de principio a fin.
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