James McClure es uno de esos auténticos genios de la novela negra con más éxito de crítica que de público, tal vez por ser uno de los casos de maltrato editorial que deberían ser llevados al juzgado de guardia más cercano.
Fue a finales de los ochenta cuando, gracias a la imprescindible colección Etiqueta Negra de Júcar -con el tandem formado por Siverio Cañada como editor y Paco Ignacio Taibo II como director de la colección-, los aficionados al género teníamos a nuestro alcance dos de sus novelas, El cerdo de vapor y El huevo ingenioso, primera y séptima respectivamente de las ocho protagonizadas por el teniente blanco Tromp Kramer y el sargento cafre Mickey Zondi.
Después, un salto de quince años para poder leer la segunda de la serie en 2005, El leopardo de la medianoche, de la mano de Funambulista en lo que parecía un intento -fallido- de completar la colección y, de paso, hacerlo con orden.
Por fin, ocho años más tarde, las plegarias de los adictos al sudafricano parecen haber sido escuchadas y Reino de Cordelia, con unas esplendidas ediciones y con la magnífica traducción de Susana Carral, pone manos a la obra y publica en 2012 la octava pero primera -me explico, la precuela La canción del perro, escrita en último lugar pero que narra cómo se llegaron a conocer estos dos policías de Trekkesburg-, la tercera en 2013 –El cazador sordo– y la cuarta en 2014 –Piel de serpiente-. Con dos más, colección completa, colección Comansi.
Kramer y Zondi, teniente blanco y sargento negro no por casualidad sino por estar así conformadas las parejas de detectives en la Sudáfrica del apartheid de los años setenta, miembros de la Brigada de Homicidios de la policía de Trekkesburg -localidad imaginaria que bien podría ser la Pietermaritzburg natal del autor-, la mala leche y el descaro -sobre todo para un negro-, la dejadez y la elegancia en el vestir, la huida de todo tipo de vínculos sentimentales -excepto cuando se pone por medio la viuda Fourie- y el el feliz esposo de Miriam y padre de tres criaturas.
Como nota que diferencia a la última que cae en mis manos, El cazador sordo -en breve me pongo con Piel de serpiente– decir que los inseparables conpañeros deben trabajar por primera vez en casos diferentes, no por exceso de trabajo en la comisaría de Trekkesburg sino porque el rencoroso coronel Du Plessis así lo ha ordenado, haciendo que Zondi se ocupe del caso principal -el asesinato de un tal Hugo Swart a manos, ya se ha decidido, de su criado negro- mientras Kramer es relegado a la absurda investigación de un accidente de tráfico. Pero, como suele decirse, que lo que dios ha unido no lo separe el hombre, y McClure, con su buen hacer habitual y su humor negro, conseguirá que dos casos aparentemente inconexos terminen… Bueno, mejor no digo nada.
También resulta destacable -aunque sea una constante en la obra del sudafricano- la dura crítica a un régimen abominable, pero en esta ocasión las imágenes resultan quizá más expresivas, más contundentes, con el desmantelamiento en vivo y en directo de asentamientos que nos recuerdan a las imágenes vistas en telediarios y transmitidas desde localidades palestinas. Los bulldozers y todo eso, ya sabes.
El desenlace, glorioso, como suele suceder en todas las novelas protagonizadas por estos dos elementos.
La espera hasta la siguiente novela, mucho más leve que en casos anteriores: está ya en mis manos y no ha de pasar el verano sin que dé buena cuenta de ella.
El cazador sordo James McClure Trad.: Susana CarralReino de Cordelia
Acabo de leer Piel de Serpiente y también se me ha mezclado Palestina en la cabeza… será porque es lo mismo? Grande McClure!