Novedad editorial: «La sirena roja», de Noelia Lorenzo Pino


sirena rojaLa agente de la Ertzaintza Eider Chassereau y el suboficial Jon Ander Macua se enfrentan a lo que podría ser el caso más importante de sus carreras. La aparición de dos cadáveres desollados, con un siniestro vínculo entre ellos, les llevará hasta Lorena, una prestigiosa tatuadora donostiarra que aún se recupera de una relación que acabó con una orden de alejamiento por amenazas y agresión.

Una investigación contra reloj para evitar nuevas víctimas del que podría ser un asesino en serie les conducirá a través de un entramado de prejuicios religiosos y oscuros secretos. El caso les absorberá hasta el punto de olvidarse incluso de sus propias vidas.

Sumérgete en esta historia trepidante y descubre lo que sucede cuando la sangre y la tinta van más allá del arte…

Con el estilo ágil y visual que le caracteriza, Noelia Lorenzo Pino nos sorprende con esta novela donde la crudeza y la atmósfera gris contrastan con la cercanía de sus personajes.

La sirena roja

Noelia Lorenzo Pino

Erein

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Novedad editorial: «Sombras de la nada», de Jon Arretxe


Sombras de la nada - Jon Arretxe

Tras varios años de supervivencia en Bilbao, Touré recibe la llamada de su hija Sira en la que le anuncia su inminente llegada a Hendaya para pasar unos días junto a él. Con ánimo de sortear las dificultades inherentes a la falta de papeles, Touré envía a su amante Sa Kené a recogerla, pero Sira no aparece a la hora convenida.

En esta tercera entrega de las aventuras del “detective-vidente” Touré, Arretxe da un giro de tuerca y nos narra la cruda realidad del periplo al que se ven forzados los emigrantes subsaharianos. Ya no hay sonrisas, no hay situaciones hilarantes, no hay pesquisas absurdas. La larga travesía de los desplazados hasta las puertas del Edén, la intervención de las mafias, las violaciones de derechos humanos… relegan la ironía y el humor a un segundo plano. Una historia verosímil, donde no falta la intriga, que obliga al protagonista a enfrentarse a enemigos más poderosos, acompañado siempre por los pocos, pero incondicionales, compañeros de la Pequeña África de San Francisco.

Una vez más, Arretxe se sirve de la narrativa policíaca como herramienta útil para dar a conocer las diferencias sociales y la xenofobia existentes en nuestro mundo injusto.

Sombras de la nada
Jon Arretxe
Trad.: Cristina Fernández
Erein
 

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«Una del Oeste», de José Javier Abasolo: dos novelas por el precio de una


oesteSi ha habido un género literario más denostado que el policiaco -si bien en los últimos tiempos las tornas han cambiado y no hay editorial de postín que no presuma de tener en sus filas a algún autor de novela negra; novela negra, eso sí, no policiaca que la etiqueta negra siempre ha vestido más- es el de las novelas del Oeste.

Noveluchas se las llamaba, allá por los cincuenta, sesenta e incluso setenta, cuando eran las que más se vendían en este país. Evasión pura por un duro, sin más pretensiones que la de entretener al personal, que no es poco.

Detectives, vaqueros, marcianos… Sin duda, los tres géneros populares -junto a la novela rosa marca Corín Tellado- durante décadas.

Pues bien, de Bilbao tenía que ser quien se atreviera a reunir en un libro dos de esos géneros -con los marcianos no se ha atrevido, pero todo se andará- dando forma a una novela negra -o policiaca, como prefieras- que contiene en su interior una novela de vaqueros con todas las de la ley. La ley del Far West, claro.

Se trata de Una del Oeste, de José Javier Abasolo, escritor de larga trayectoria y confeso consumidor, en su tierna juventud, de las «noveluchas» que inundaban los quioscos firmadas por los Marcial Lafuente Estefanía, Silver Kane -Francisco González Ledesma trabajando a destajo para Bruguera- o Lou Carrigan -Antonio Vera Ramírez según partida de nacimiento- entre otros muchos autores nacionales con seudónimo extranjero.

¿La excusa para esa curiosa fusión literaria? El asesinato a manos de un presunto yonqui de un humilde tendero de ultramarinos que, en sus horas libres, escribía novelas del oeste bajo el seudónimo de Colt Duncan, a la sazón, personaje protagonista de sus historias.

kane
Imagen: todocoleccion.net

A partir de ahí, como digo, dos novelas: la puramente policiaca, más convencional, en la que un juez investiga el asunto pues hay flecos que no terminan de encajar mientras un profesor de literatura es contratado por la editorial que publicaba las novelas de Duncan para que localice la última novela firmada por el tendero-escritor; y la del oeste, en la que Abasolo da rienda suelta a su lado más humorístico, se desmelena y compone una historia corta intercalada con la principal y cargada con todos los tópicos del género: el forastero rudo pero de buen corazón -Colt Duncan, autor y a la vez protagonista de la novela- que llega al pueblo dominado por el ranchero malo -su nombre, Silver Kane-, el jugador profesional que despluma jugando al póquer al otro ranchero de la localidad, la hija de este que se enamora del forastero rudo pero de buen corazón…

Como resultado, una novela -la principal- que funciona como un tiro, con una investigación muy bien manejada tanto por el juez como por el profesor de literatura por caminos diferentes pero que, inevitablemente, terminaran convergiendo, buenos personajes y los escenarios bilbainos que tan bien conoce el autor; y un divertimento -la novelita del oeste escrita y protagonizada por Colt Duncan- que leeremos con deleite y una sonrisa permanente en los labios, tanto por los tópicos que no podían faltar como por las perlas a modo de metáforas o predicciones de futuro con las que Abasolo -autor pero no protagonista de Una del Oeste– tiene a bien salpicar cada una de sus páginas.

Una del Oeste y otra de policías en algo menos de 400 páginas, un excelente homenaje a esas novelas de a duro que tanto nos hicieron disfrutar. Dos novelas en una que no te deberías perder, forastero.

Una del Oeste
José Javier Abasolo
Erein

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Novedad editorial: «Una del Oeste», de Javier Abasolo


oeste

La muerte de un comerciante bilbaíno en un atraco a manos de un yonqui es un suceso trágico, por supuesto, pero banal. El asunto parece estar claro para todo el mundo, menos para el juez de instrucción que, pese a las “sugerencias” de sus superiores jerárquicos, se empeña en mantener abierto el caso.

La trama se complicará al descubrirse que el asesinado es el escritor que se esconde bajo el seudónimo de Colt Duncan, autor-personaje de una serie de novelas del Oeste que en los últimos años han copado el número 1 en las listas de libros más vendidos. Por ese motivo, convencido de que la publicación de su última aventura sería un auténtico bombazo, el editor contrata a un profesor de literatura  para localizar esa obra perdida, en el caso de que exista.

Las dos investigaciones acabarán convergiendo sin sospechar que, quizás, en esa novela póstuma, se encuentren las claves de lo sucedido.

Una obra donde sorpresivamente, además de plantear una impecable trama policial, Abasolo recupera la diversión y el gusto por las novelas de vaqueros.

Una del Oeste
Javier Abasolo
Erein
 

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«Yonqui», de Paco Gómez Escribano


yonquiA Paco «no somos na» Gómez Escribano lo tengo más visto que al TBO, pues hace tiempo que le sigo en Facebook, Twitter, Google+… Creo que en el único sitio en el que no nos hemos encontrado ha sido en la famosa Taberna del Suso, pero todo puede arreglarse, y si un día me invita a unos tercios de Mahou no digo yo que no me marque un viajecito a Madrid.

Pues eso, que casi sé vida y milagros del Escribano pero nunca me había molestado en preguntarle -aunque me hacía una idea- cuántos años tenía. No ha hecho falta, ha sido leer las primera páginas de Yonqui y deducir que, más o menos, somos de la misma quinta, de los nacidos en la década del boom natalicio español -creo que mi cosecha, la de 1964, fue una de las más abundantes de la historia.

Porque lo que comienzo a leer en Yonqui -salvando las distancias, que Zaragoza no es Madrid ni Torrero, Canillejas- lo he vivido muy de cerca si bien, afortunadamente en muchos de sus aspectos, como mero espectador. Interminables jornadas de cerveza y futbolín; coches a los que, siempre, les faltaba el loro; la navaja que algún tipo mu loco podía ponerte en el cuello si se te ocurría pasear por ciertas calles -también por las más céntricas, en esto apenas había distinciones-; esos porros con los que uno podía flipar incluso viendo a Enrique y Ana en Tocata; las pequeñas salas de conciertos o baretos en los que comenzaban a verse cambios en el panorama musical…

Y, por supuesto, los delincuentes potenciales y vecinos indeseados con los que convenía llevarse bien o al menos no mal, como el Chino -dice Paco que en todas las bandas callejeras había un Chino, y  también uno vivía en mi barrio, no del todo malo dentro de lo que cabe para lo que podía esperarse de él; o el Rata -a falta de Conejo en mi zona había otro tipo de roedores-, con el que nunca sabías qué hacer cuando se cruzaba en tu camino, si cambiarte de acera con el riesgo de llamar su atención o pasar a su lado a sabiendas de que, fijo, te ibas a quedar sin las pocas pelas que llevabas en el bolsillo.

torete

Leo Yonqui e, inevitablemente, me vienen a la cabeza dos cosas que luego compruebo aparecen en la novela: el cine de quinquis que hizo furor en las salas españolas a finales de los setenta, con sus perros callejeros, sus navajeros, sus colegas, todos ellos conduciendo deprisa, deprisa; y la música de los Burning, una de las bandas de rock más auténticas y respetadas de aquel fin de la década y -desgraciadamente, o no, vaya usted a saber- menos reconocidas en cuanto a éxito comercial, menos, desde luego, que los Nacha Pop de Antonio Vega, los Gabinete de Urrutia, los Trogloditas de Loquillo…

Leo Yonqui de la mano de el Botas -muy buena decisión del autor al darle la voz cantante al chaval- y coincido con Paco en eso de que, para una generación que no ha vivido una guerra, anda que no ha dejado cadáveres en el camino, víctimas de armas tan mortíferas aunque menos ruidosas que las de fuego, caídos con la goma atada al antebrazo y la chuta clavada en una vena no demasiado agujereada.

Leo Yonqui en un par de tardes que se me pasan en un vuelo y me proporcionan un viaje a un lugar a unos treinta y cinco años de distancia, a un momento del pasado en el que cada mañana se atracaban varias sucursales bancarias -ahora las atracan desde dentro, sus propios directivos, pero esa es otra historia-, cada tarde ibas a los recreativos con un par de duros en el bolsillo y cada noche salían, no se sabe muy bien de dónde, cuatro tipos con guitarras desafinadas dispuestas a comerse el escenario. Que lo lograran, ya, también es otra historia.

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Bueno… Si eso, te lees el libro del Escribano y luego me cuentas, independientemente de las conclusiones a que puedas llegar lo que te garantizo es una buena historia que funciona como un tiro.

Yonqui
Paco Gómez Escribano
Erein
 

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Novedad editorial: «Yonqui», de Paco Gómez Escribano


yonquiCanillejas (Madrid), 1978. El Botas tiene 16 años. Es huérfano de padre. El hígado de su progenitor dijo basta en la bodega del barrio. Su hermano murió tiempo atrás de hepatitis C por esa desafortunada costumbre de compartir las jeringuillas para chutarse. Su hermana se fue a una comuna jipi en Ibiza al cumplir los 18. Convive con su madre, que es una borracha que un día se fuga con un vecino. Es inmigrante de segunda generación, es decir, que sufre desarraigo de las raíces de la tierra de sus padres, y se dedica a dar vueltas por el barrio con sus colegas el Conejo, el Mecánico, el Pumby, el Porras y el Nani tomando todo aquello que el sistema les niega, en un contexto brutal de crisis y paro. Se dedican a delinquir y ellas, la Morritos, la Orejuda, La Trini, la Charo… la contraparte femenina de la basca, se sacan el sustento en las esquinas aliviando los más bajos instintos de los hombres.

El Botas, un día, se encuentra con la música y con Lola, de la que se enamora. Y estos dos factores le hacen pensar en desengancharse de la droga y llevar una vida sin sobresaltos. ¿Lo conseguirá?

Yonqui
Paco Gómez Escribano
Erein
 

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Pequeña África bilbaína


Hasta la semana pasada, servidor conocía poco de Bilbao: no es ciudad -o villa- que visite a menudo y mi conocimiento de sus encantos se limita a lo que suele ofrecernos la televisión en documentales y demás espacios semipromocionales, casi siempre el lado más amable de las ciudades, que tampoco te van a mostrar la cara oculta de las mismas, más habitual en algunos de los libros -a menudo de género negro- que van cayendo en mis manos. Como la última novela de Jon Arretxe, esos 612 €uros que, de golpe y porrazo, me obliga a adentrarme en la marginal Pequeña África bilbaína, bien separada, por supuesto, del respetable Bilbao Blanco: el barrio de San Frantzisko.

612 euros
Jon Arretxe presentando «612 €uros»

Allí reside Touré, nativo de Burkina Faso. Reside y trabaja de lo que puede: simulador de cantante de ópera, animador de bodas, adivinador de futuros no muy halagüeños y, por supuesto -estamos en una novela doblemente negra-, detective. Un tanto peculiar, esperpéntico si se quiere, pero detective al fin y al cabo.

Devoro las doscientas y pico páginas de la novela en un santiamén y me queda un gusto agridulce: me he divertido de lo lindo con sus aventuras y desventuras, con el modo en que Arretxe describe la resignación con que la comunidad africana afronta el día a día tratando de ver siempre el lado positivo de las cosas -de lo contrario sería imposible levantarse cada mañana-, con ese submundo tan cercano y habitual en cualquier ciudad integrado por manguis de tres al cuarto, timadores, peluqueros magrebíes, tenderos chinos, prostitutas nigerianas…

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Mauren Ada Ortuya

Termino la novela el domingo, 2 de junio. El lunes, la prensa nos muestra esas mismas calles pero, desgraciadamente, desde un plano que no permite esbozar la mínima sonrisa. Vuelvo a pasear por la calle de Las Cortes, centro de trabajo habitual de otra prostituta nigeriana -otras fuentes dicen que es keniata-, Mauren Ada Ortuya, rescatada de las garras de un presunto maestro shaolín -y, al parecer, no es la única que ha pasado por ellas- en un caso que huele al típico asesino ritual al que tan acostumbrados nos tienen los novelistas anglosajones y nórdicos.

Cierro la prensa, vuelvo a abrir el libro de Arretxe, disfruto de nuevo con algunos de sus pasajes y me digo que, una vez más, prefiero la ficción a la jodida realidad que nos espera cada mañana agazapada a la vuelta de la esquina.

Aunque, en el fondo, terminen contándonos lo mismo.

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