Pues esto mismo es lo que a mí me habían dicho ya en más de una ocasión, y creo que fue en la última edición de Bruma Negra en Plentzia (allá a finales de junio del presente año) cuando el tebeo de Moore y Campbell salió a relucir en una de las mesas, la que se dedicó a los crímenes de época.
Debidamente avergonzado, decidí poner fin a tamaño dislate y From Hell fue uno de los primeros títulos que pasaron a engrosar la lista de imprescindibles que confeccioné en pleno verano con la intención de ir adquiriéndolos poco a poco (o mucho a mucho, que cuando me pongo no tengo freno) a la vuelta de vacaciones. Finalmente, no esperé, y el tocho de casi 600 páginas cayó en mi poder a finales de julio, listo para ser degustado a lo largo del mes de agosto.
Lo que me encontré superó con creces mis expectativas, porque esperaba el simple relato de una investigación policial, una versión más de algo sumamente conocido y lo que encuentro es mucho más, empezando porque la versión de los hechos no es precisamente original sino una de las clásicas (con el médico de la familia real cambiando su papel de matasanos por el de mataputas) ni falta que le hace: esa versión archiconocida es más que suficiente para soportar lo que el complejo guion de Alan Moore quiere plasmar.
Lo que me encuentro es el retrato de cómo debió ser la cara más sucia de la sociedad victoriana, con esos sórdidos barrios obreros a los que tanto bien hace el dibujo un tanto apresurado, deslavazado, sumamente ennegrecido de Eddie Campbell.
Lo que me encuentro es con la corrupción policial, con un cuerpo supeditado totalmente al poder ejecutivo y a la real influencia del que emerge una cabeza íntegra como la del investigador encargado del caso, Frederick Abberline. Un Abberline, todo hay que decirlo, no tan íntegro como pueda parecer pero sí dado al arrepentimiento final al asumir su parte de culpa en el proceso investigador.
Lo que me encuentro es a un William Gull desatado, fiel cumplidor del encargo recibido, enloquecido por la sangre que hace derramar, trastornado con sus juegos y teorías masónicas y respetado más que temido por un Netley (el cooperador necesario en sus desmanes) que finalmente acaba temiéndole como al mismo demonio más que respetándole como el caballero que parecía ser.
Lo que me encuentro es a un montón de personajes históricos que, con sus cameos, contribuyen a situar la narración en la época en que se desarrolla así como a explicar algunos de los comportamientos de los protagonistas del cómic.
Lo que me encuentro, cuando ya pensaba que desgraciadamente había terminado la lectura, es con un voluminoso apartado de apéndices necesarios que explican lo que acabo de disfrutar, que cuentan el proceso creativo del protagonista y que te obligan -bendita obligación- a releer el tebeo desde el principio, prestando atención a los detalles que se habían escapado en una primera lectura, tanto en el apartado del texto como en el del dibujo.
Lo que me encuentro en un tebeo complejo, que requiere cierto esfuerzo, siendo esto tal vez lo que haga que se disfrute todavía más.
Y ahora, si eres de los que, como yo, habían oído hablar del tebeo pero todavía no lo habían degustado, ya sabes lo que debes hacer sin dejar pasar mucho tiempo.