«Suicidio a crédito», ya en formato digital


Hace unas semanas lo advertía: Suicidio a crédito, la novela que nació en un taller literario y que se publicó en versión impresa en 2009, iba a tener muy pronto su versión digital, a un precio muy razonable y en todos los formatos (incluido epub sin DRM).

Pues bien, ya está lista para su descarga desde la web de la editorial (sin anticopia) donde, además, encontrarás el enlace a otras plataformas como Amazon, Todoebook, iBookStore y otras muchas que se irán sumando.

Te dejo aquí la portada de la edición digital y su sinopsis.

PORTADA_87Tana Marqués, regente de una floristería en cuya trastienda lleva a cabo otro negocio algo más lucrativo y peligroso: «suicidar» gente (personaje con cuyo peculiar humor ya disfrutamos en la primera entrega de la serie: Manda flores a mi entierro), recibe en esta nueva novela un encargo en apariencia sencillo pero que, sin embargo, la llevará a inmiscuirse en un territorio salvaje. En un ambiente de especial crueldad y sordidez que haría retroceder, asustados, a los más duros personajes de la literatura negra, a los detectives en apariencia curtidos de las novelas de Raymond Chandler o Dashiell Hammet. Se trata, cómo no, del mundo de la prensa rosa.

Irónica y desenfadada, incisiva y tierna, Suicidio a crédito combina una mirada cáustica sobre la realidad actual, centrada en este caso en el llamado «mundo del corazón», con un retrato exacto y cómplice de algunos personajes actuales de ese mundillo. Todo ello apoyado en una prosa ágil, agradable de leer y salpicada de efectos cómicos.

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Eladio Monroy y otras gentes de mal vivir


Con muy pocos días de diferencia, llegan a casa las dos últimas novelas de uno de mis autores de referencia, ese escritor calvo que nació y malvive a base de bocatas de chopped en Canarias y que responde al nombre de Alexis Ravelo, amigo y compañero de banda en la revista Calibre .38.

La primera de ellas, por orden de llegada y de lectura, es Morir despacio, cuarta entrega de la serie protagonizada por Eladio Monroy, exmarinero jubilado que se gana unas perras de vez en cuando dedicándose a meter la nariz en asuntos que no huelen precisamente bien. Un tipo con el que me encariñé en las novelas anteriores –Tres funerales para Eladio Monroy, Solo los muertos y Los tipos duros no leen poesía– y del que escribí unas líneas para la citada revista dedicada al mundo del crimen de ficción.

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Pues bien, en esta ocasión, el bueno de Eladio comienza investigando lo que pasa por ser el suicidio de un treintañero que, según el padre, había terminado por fin de sentar la cabeza después de una adolescencia y juventud más bien problemática y, cómo no, de suicidio rien de rien, que enseguida se percata Monroy de que en esa muerte hay mucha tela que cortar. Y, como es costumbre de la casa, Ravelo nos lleva a ritmo vertiginoso por su ciudad y la de Eladio -Las Palmas de Gran Canaria- para demostrarnos que las Canarias serán unas islas afortunadas pero que en materia de crímenes, chulos, putas y delitos de alto y bajo standing son tan criminales como cualquier otro punto del universo mundo.

Edita, como en las anteriores entregas, Mercurio Editorial.

Disfrutada, pues, esta última aventura de Monroy, me pongo a continuación con la otra novela recibida, La estrategia del pequinés, publicada por Alrevés,  una de las editoriales que mejor están haciendo las cosas en este género que me apasiona. Y lo que me encuentro es la que tal vez sea la mejor novela escrita hasta la fecha por el canario, una novela negra donde las haya, con unos personajes tremendamente atractivos, perdedores casi todos ellos como suele ser deseable en este género nuestro.

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Una historia de últimas oportunidades, de amistad y fidelidad, de desengaños. Una historia que, por momentos, me trae a la cabeza una novela poco conocida de Lionel White a partir de la que Stanley Kubrick rodó una de sus mejores películas con guión -basado en la novela homónima- de Jim Thompson: Atraco perfecto.

No quiero desvelar nada de la excelente trama, solo invitarte a que la leas y disfrutes como lo he hecho yo. No quiero decir nada más porque, muy pronto, podrás leer en Calibre .38 la reseña que ha preparado Jokin Ibáñez, que comparto al cien por cien y de la que te dejo un pequeño fragmento para cerrar esta entrada.

«Con estos mimbres, al que debemos añadir el genial y violento arranque de la novela, Ravelo construye, para mi gusto, la mejor de sus novelas hasta la fecha, donde la incertidumbre y la inseguridad de la pareja coprotagonista se enfrenta a la seguridad, ficticia y traicionada. del Turco y del Gordo, pasando por la inestabilidad de Junior, Larry y Felo, otros protagonistas de esta dura novela con un cierto final ¿feliz? que puede calmar ciertas ¿mentes?»

 

«Perdida (Gone Girl)», de Gillian Flynn


650_GM26821.jpgHace poco más de una semana llegaba a casa una novela que se publicará a finales de marzo. Editada por Mondadori y con el aval de Rodrigo Fresán, director de la colección Roja & Negra, la cosa prometía, así que dejé todo lo demás y me puse a ello.

En dos o tres días caían las 557 páginas del libro, al principio con un cierto resquemor porque en ellas no veía ni asomo de esa similitud con la maestra de la literatura criminal y amoral, Patricia Higsmith, con la que Fresán se atrevía a comparar a la autora en el texto que cierra la novela. Pero al pasar de la primera a la segunda parte -página 300 aproximadamente- fue tal tal bofetada recibida, tal la patada en el bajo vientre que hube de encajar que no pude evitar una exclamación -¡cabrona!- dedicada, con todo el cariño y respeto que se merece, a la escritora, Gillian Flynn.

Pero cómo me has engañado, me dije, tú que ibas de tranquila, pausada, costumbrista, moderada, para sacudirme en las entrañas y sorprenderme como hacía tiempo no lo conseguía un escritor.

Devoré las páginas restantes pensando en cómo escribir una reseña en la que dijera lo poco que se podía decir sin hurtar al futuro lector la satisfacción que recibirá si, como hice yo, se limita a disfrutar con la primera parte para pasar a las palabras mayores -negrocriminalmente hablando- que se encontrará en la segunda y en ese largo epílogo con aires de comedia macabra.

Lo he intentado al menos y la he publicado en Calibre .38. Espero que te guste (la reseña, la novela estoy convencido de que lo hará).

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«Contra las cuerdas», en Calibre .38


Hoy toca reseña en Calibre .38, en concreto la de la segunda novela de una serie que mejora en mucho a aquella con la que comenzó. Hablamos de Contra las cuerdas, de Susana Hernández. La saga arrancó hace un año con Curvas peligrosas, pero esta es, de lejos, muy superior a la novela con la que Santana y Vázquez se daban a conocer a los lectores. Y es muy superior en todos los aspectos, desde la intensidad de la trama -que no detallaré, para algo están las sinopsis de contraportada- a los diálogos, cada vez más ingeniosos, naturales y cáusticos en su justo punto; desde el tratamiento a los personajes que envuelven a las dos mujeres -especialmente en esta ocasión a Rebeca Santana- a la cuidada edición llevada a cabo por Alrevés, solventando el único «pero» que pude poner en su día a la primera novela de la serie, publicada por Odisea.

Reseña completa en Calibre .38

Una de holandeses


Llevo una temporada leyendo novelas de género criminal atendiendo a la localidad en que transcurre la acción. Le tocaba a Amsterdam y de la ciudad de los canales conocía ya a un par de polis imprescindibles aunque solo sea por su extravagancia: los inefables Henk Grijpstra y Rinus De Gier del también incomparable Janwillen Van de Wetering.

Quiero más, cómo no, la imagen de una ciudad como la capital holandesa no puede limitarse a dos detectives setenteros más colgados que el mono de Tarzán. Por eso busco y busco y me encuentro con otros dos súbditos de la reina más naranja de Europa a los que merece la pena echar un vistazo, si bien uno representaría la cara y otro la cruz en cuanto a su calidad literaria aunque esta sea, obviamente, una consideración absolutamente subjetiva.

Empezando por la cruz, diré que no me ha gustado mucho el inspector De Cock creado por Albert Cornelis Baantjer, expolicía como Wetering que firmó 60 libros protagonizados por su personaje estrella si bien solo un par de casos nos han sido traducidos. Poco material, por tanto, para evaluar a nadie, pero suficiente para constatar la prepotencia del inspector -mas observador si cabe que Holmes- y plano y soso como pocos, tanto en el aspecto profesional como en el familiar. Vamos, que puestos a elegir con quién irnos de cañas este hombre se quedaría sin compañía, al menos por mi parte.

Más interesante me parece el segundo descubrimiento, con quien no nos centraremos en los manidos temas amsterdameses de drogas y putas sino que nos centraremos en otro aspecto por el cual la citada ciudad de los canales merece una reposada visita: los museos. Hablo de Jager Havix, creación mucho más actual de Gauke Andriesse, detective al que sus investigaciones siempre terminan arrastrando al complejo mundo del arte.

Hasta el momento ha protagonizado dos novelas, Las pinturas desaparecidas y Silencio, y en ellas aprenderemos mucho de pintura de los siglos XVI y XVII y cómo muchos de los cuadros de aquella época fueron utilizados como moneda de cambio por partida doble durante la II Guerra Mundial: al inicio para que los judíos pudieran comprar su libertad; al final para que los jerarcas nazis que los habían adquirido pudieran comprar sus billetes para Sudámerica y otros destinos seguros.

Autor recomendable, desde luego, pero sigo quedándome con mis Grijpstra y De Gier, tal vez por conocerlos desde hace más tiempo y ya se sabe eso de que el roce hace el cariño. Suya es esta visión de la ciudad en la que trabajan:

«Amsterdam, con su tolerancia respecto a las conductas no convencionales, atrae gente desquiciada. Holanda es un país convencional y las personas desquiciadas han de instalarse en algún sitio. Lo hacen en la capital, donde los encantadores canales, los miles y miles de casas con gabletes, los cientos de puentes de todas las formas y tamaños, las hileras de viejos árboles, los bares y cafés a la antigua, las docenas de pequeños cines y teatros alientan y protegen a los elementos raros. Las personas desquiciadas son personas especiales. Poseen el genio del país, su afán creador, su deseo de encontrar nuevos caminos».

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Segundas partes sí pueden ser muy buenas


En junio de 2010 tuve la suerte de conocer a Lennox, un canadiense afincado en Glasgow, cínico, mujeriego, pendenciero, bebedor y quijotesco que me recordaba -y mucho- a los detectives más clásicos que haya podido dar la literatura criminal. Fue en su primer caso, relatado en una novela que utilizaba su nombre como título y de la que ya hice un comentario aquí.

Se trataba de la novela con la que Craig Russell -al que ya conocíamos por su serie protagonizada por el policía hamburgués Jan Fabel- inauguraba una nueva saga, a mi entender más creíble y cercana a la realidad cotidiana pues, como ya apunté entonces, el tipo de crímenes seriales un tanto gratuitos y excesivamente sanguinolentos a los que se enfrentaba el alemán nunca han sido demasiado de mi agrado.

Tenía ganas de ver cómo seguía esta nueva serie y, afortunadamente, no ha habido que esperar demasiado, pues ya está en la calle el segundo de los casos protagonizados por este encantador tipo: El beso de Glasgow, se titula la novela en cuestión, y no hace referencia a una técnica sensual propia de escoceses y escocesas sino al modo en que se resuelven algunos contenciosos en esas tierras, mediante un buen golpe con la frente en la cara del adversario.

La espera -repito que corta- ha merecido la pena, pues Lennox vuelve a entrar en acción en una novela impactante, con unos personajes crecidos y con una ciudad gris, degradada y sucia como escenario de sus pesquisas, que comienza con el encargo de uno de los tres Reyes -los gángsteres locales que se reparten equitativamente el pastel de los los negocios turbios de la ciudad- de proteger a un prometedor púgil en el que ha invertido mucho dinero y termina… No, no voy a contarte cómo termina, prefiero -y casi te suplico- que te acerques a tu librería de cabecera, te hagas con un ejemplar y averigües tú mismo cómo acaba la cosa.

Aunque lo de menos es cómo acaba -y eso que la resolución del caso, o los casos, es absolutamente magistral-, lo verdaderamente importante es que disfrutarás a tope con los personajes y, sobre todo, con los escenarios que se describen y la forma en que se describen. Tres muestras elegidas al azar -y hay mucho donde escoger- para describir paisaje y paisanaje:

“Hay ciertos conceptos totalmente ajenos a la mente glasgowiana: ensalada, higiene dental, perdón”.

“Los bares de Glasgow parecían todos cortados según un patrón de eterna melancolía. Allí donde había ventanas, los cristales eran esmerilados o estaban empañados, al parecer para ocultar al mundo exterior la ingesta de bebidas alcohólicas (siempre una cosa muy seria en Escocia) y para atenuar la luz del sol hasta convertirla en una claridad insípida y lechosa”.

“Bridgeton era esa clase de lugar donde te sentías demasiado arreglado si llevabas zapatos. Daba la impresión de que el calzado era optativo hasta los doce años”.

Bueno, hay que aclarar que hablamos de los años cincuenta, supongo que la última edición de la Guía Trotamundos o la de Lonely Planet dirán cosas más agradables que harán más deseable una visita a las Highlands. Yo, por mi parte, me quedo con esta visión de Glasgow y, como decía hace unos meses hablando de Lennox, espero que la tercera de la serie no se haga de rogar.

El beso de Glasgow
Craig Russell
Trad.: Santiago del Rey
Roca Editorial

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Curvas peligrosas y criminales


Aunque estamos más acostumbrados a que el protagonismo de una novela criminal recaiga en un sólo individuo -casi siempre de género masculino- arropado, ​eso sí, por el necesario equipo​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​ de trabajo, no son raras las parejas de investigadores en las que el papel estelar está más diluido entre sus dos integrantes. Esas parejas suelen ser casi siempre mixtas, en unos casos con la mujer como subordinada jerárquicamente ​​​​​​​​​​​​​ ​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​ ​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​ ​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​ ​​-véase, sin ir más lejos,​ la cabo Chamorro respecto al sargento Bevilacqua​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​- y en otros como superior​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​ -por ejemplo, Petra Delicado y su colaborador Fermín Garzón por seguir dentro de los límites peninsulares​.

Algunos casos hay de parejas ​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​masculinas compartiendo protagonismo casi al cincuenta por ciento, como la clásica ​​​​​​​​​​e imprescindible compuesta por ​Ataúd Johnson ​y Sepulturero Jones​ o​​ ​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​la muy reciente y recomendable formada por Lincoln Perry y Joe Pritchard​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​ creada por Mi​chael ​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​ ​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​ Koryta (estupenda su primera novela, E​sta noche digo adiós).​ ​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​ Sin embargo, rebusco en mi biblioteca negra y no encuentro así como así una pareja de policías -ambas de sexo femenino- compartiendo ​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​ ​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​escenario en cond​​iciones de igualdad.

Bien, eso era hasta que han llegado a mi casa la novata Rebeca Santana y la veterana Miriam Vázquez, compañeras de trabajo en el Cuerpo Nacional de Policía, residentes en Barcelona y, en lo que nos interesa, protagonistas de Curvas peligrosas, la primera novela policíaca de Susana Hernández quien, anteriormente, ya había publicado La casa roja (Premi Ciutat de Sant Adriá, 2005) y La puta que leía a Jack Kerouac (Lesrain, 2007).

Miriam Vázquez pasa de los cuarenta, está separada y tiene una hija postadolescente con una afición desmedida por los hombres casados. Viste de modo impecable y tiene mala leche, muy mala leche. Rebeca Santana no llega a los treinta, está recién licenciada y recién incorporada a la madera. Aunque no está casada, tiene pareja estable -Claudia, joven con aspecto de Winona Ryder- pero todavía guarda un generoso hueco en su corazón para Virginia, una de sus primeras novias, y otro no menos generoso para quienes puedan ir cruzándose en su camino. Su manera de vestir no tiene nada que ver con la de su compañera, vive en un modestísimo apartamento del Raval pero pilota una Harley​, que cada cual tiene su propio orden de prioridades. Dos mujeres, en definitiva, bien diferentes pero con un objetivo común: la captura de un asesino que ya se ha cobrado dos víctimas en pocos días, ambas mujeres, ambas discapacitadas.

Pero siendo interesante el modo en que ambas subinspectoras realizan el trabajo por el cual les paga el Estado, más interesante se revela la manera en que la autora nos va contando cómo es el entorno familiar, social y afectivo de ambas mujeres, generando en el lector una necesidad adicional a la de intentar averiguar la identidad del asesino antes que las propias investigadoras -como nos gusta hacer a muchos aficionados al género- y antes incluso de que pueda volver a cometer un nuevo crimen: adivinar cómo fue el pasado de Vázquez y Santana y, sobre todo, cuál es la turbulenta relación que la segunda mantuvo con su madre mientras era una cría y cómo narices ha llegado -la madre- a ganarse una prolongada estancia con todos los gastos pagados en el hotel Wad-Ras de Barcelona.

En resumen, una notable primera novela cuya principal virtud reside en la puesta de largo de una prometedora y original pareja que puede llenar un buen número de páginas en el futuro ​y un buen número de horas de lectura de los aficionados a este género en el que -según dicen algunos- todo está inventado y sin embargo -como demuestra Susana Hernández- quedan muchos aspectos en los que innovar​.

Eso sí, me gustaría que hubiera una segunda edición de la novela, y ello por dos razones: porque la obra lo merece y porque sería una excusa perfecta para que se hiciera una revisión detallada del texto, solventando unos cuantos errores de puntuación y maquetación​ que desmerecen la calidad de la novela.​ Pero eso ya ​no es responsabilidad de autora -o no solo respon​sabilidad de la autora- sino un trabajo que corresponde a editorial y corrector, que para eso están.

Curvas peligrosas
Susana Hernández
Odisea Editorial

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Vicios confesables


Como​ se explica en la solapa de la portada, el escritor y guionista Lluc Oliveras​ conoció a Dani el Rojo a raíz de la grabación de un documental sobre los atracadores más peligrosos de los años ochenta y terminó convenciéndole para escribir a cuatro manos estas 600 páginas llenas de confesiones que constituyen, ante todo, un edificante libro que todo aspirante a malechor debería leer. Pero no porque quede demostrado que incluso la oveja más descarriada y pendona puede terminar haciendo en esta vida algo socialmente aceptable (en la actualidad, Dani el Rojo se dedica a acompañar y garantizar la seguridad de estrellas como Leo Messi o Andrés Calamaro, entre otros, y no consta que haya vuelto a delinquir) sino porque se trata de un excepcional libro de texto sobre cómo ascender en la peligrosa pirámide jerárquica de la delincuencia organizada y acerca de cómo comportarse en el trullo cuando, inevitablemente, terminen trincándote.

De la mano de Dani el Rojo -en el libro, Miguel Ángel Soto Martín-, hijo de una familia relativamente acomodada de Barcelona y con tendencia a apropiarse indebidamente de lo que no era suyo desde antes de llegar a la adolescencia, nos moveremos por los años dorados de la delincuencia callejera barcelonesa y española -ay, aquellas películas sobre el Torete o el Vaquilla, aquellas inolvidables bandas sonoras de Los Chichos o Los Chunguitos- y conoceremos a las diferentes bandas que operaban en sus respectivos territorios y que tocaban todo tipo de negocios, desde timbas clandestinas hasta discotecas en las que se vendía de todo lo que no se podía conseguir en los supermercados, desde atracos a joyerías hasta asaltos de bancos, desde palos en farmacias a robos en plena calle a incautos transeuntes.

Así, entre palo y palo, seremos testigos de la evolución de un chaval que comienza robando unos billetes de la cartera de su padre y pasa luego a asaltar domicilios o a controlar la seguridad de varias discotecas. Todo lo que sea necesario, en definitiva, para mantener un ritmo de vida un tanto caro, para alimentar unas venas cada vez más hambrientas, para dejar bien claro quién manda en este negocio. ​Y conoceremos, aunque sea tangencialmente, a personajes como Loquillo o Carlos Segarra -sí, el de Los Rebeldes-, más jovenes y tan resueltos como siempre.

Pero todo lo bueno acaba, como puede comprobar el Rojo cuando finalmente es detenido y enviado a la Modelo. Aunque, a la vista de lo que cuenta, el hombre se supo desenvolver bastante bien en sus numerosas estancias pagadas y deja claro que también en la cárcel -o sobre todo en la cárcel- todo tiene un precio y con dinero y contactos se puede conseguir lo que uno necesite o desee en cada momento.

La única pega que encuentro al libro -además de que el arranque pueda resultar un tanto repetitivo- es que tal vez habría requerido un mayor o mejor proceso de corrección antes de llegar a la imprenta. Pero no por la existencia de erratas -que alguna habrá pero no son demasiado llamativas- sino por la redacción en sí de las memorias. De acuerdo, se me podrá decir que, a pesar de estar escritas a cuatro manos, se pretendía conseguir una narración natural realizada por un no profesional de las letras, pero creo que -sin tocar para nada el lenguaje coloquial que se utiliza para contar la historia de Dani el Rojo- el responsable de darle coherencia y un cierto estilo podría haber depurado más el texto, eliminando términos innecesarios o reiteraciones excesivas.

Por lo demás, lo dicho al inicio: un texto edificante que no debería faltar en el chabolo de ningún mangui.

Confesiones de un gángster de Barcelona
Lluc Oliveras
Ediciones B

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Ganesh Vinayak Ghote


De vez en cuando conviene echar la vista atrás y, en mi caso concreto, dirigir la mirada hacia el grupo de estantes en el que guardo las colecciones -casi todas incompletas- que he ido construyendo con los libros encontrados en rastros o mercadillos benéficos. Libros que suelen quedar relegados a un segundo o tercer plano por culpa de las novedades editoriales que cada mes, puntualmente, van llegando a casa.

Pero, repito, en ocasiones echo un ojo a esas estanterías y me encuentro con autores que llevaban ahí un montón de años y a los que nunca había leído. Ese el caso de Henry Reymond Fitzwalter Keating -el barbado caballero de la foto-, de quien guardaba un par de novelas editadas por Península en los 80 y en las que nunca había reparado: El inspector Ghote sigue los dictados del corazón y Un cadáver en el billar.

¿Y quién es Ghote, habrá quien se pregunte? Pues Ganesh Vinayak Ghote es un tipo resignado a su condición de funcionario público en una sociedad en la que, además del sometimiento habitual a la jerarquía dentro de un gremio determinado, se asume igualmente la sumisión, rayana en el servilismo, ante cualquiera que ocupe un puesto más elevado dentro de la sociedad.

Pero, a pesar de todos esos condicionantes, Ghote se las ingenia para -dentro de un orden- hacer de su capa un sayo y resolver los casos saltándose los conductos reglamentarios si es menester. Y, de paso, aprovecha para mostrarnos los contrastes evidentes dentro de una sociedad organizada en castas, con las residencias de lujo con teléfono blanco en cada estancia a pocas manzanas de las calles más pestilentes que uno pueda imaginar, en las que las gentes conviven con perros abandonados o las características vacas sagradas. O, como sucede en la segunda de las novelas editadas en España -Un cadáver en el billar- rendir un homenaje -¿o se trata de una crítica con sentido del humor, sin acritud, como decía áquel?- a los clásicos del género detectivesco representados por los Doyle, Christie, Sayers, Innes, Wodehouse…

Un personaje y dos novelas bien interesantes que invito a los lectores de este blog a que busquen por las estanterías de su propia casa, no vayan a estar por ahí perdidas a la espera de que unos ojos ávidos de lectura un tanto victoriana les den una oportunidad.

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Número 11 de .38, Revista digital de La Balacera


¿Harto de ver otra vez los saltos de esquí? ¿Te sabes ya el concierto de Año Nuevo de memoria? Vale, te recomendamos entonces que comiences 2011 de un modo diferente.

Prepárate una copa de lo último que tomaste ayer -dicen que es el mejor remedio para la resaca- y descárgate el último número de .38, Revista digital de La Balacera, el de diciembre de 2010. Sí, ya sabemos que estamos en enero pero nosotros somos así. En cualquier caso, el disfrute está asegurado.

En esta ocasión lo hacemos arrancando con la primera parte de un extenso artículo dedicado a una de las ciudades criminales por excelencia. La segunda parte, para primavera (suponemos). Seguimos con un relato excepcional llegado directamente de Canarias de la mano de Alexis Ravelo -afortunadamente, la Navidad une mucho y Pepiño Blanco y los controladores están en plan cariñoso y no han generado ningún problema aeroportuario-. Además, aprovechando que también pudo volar a España a principios de noviembre, conseguimos entrevistar a una de las escritoras preferidas de la Banda del .38: Dominique Manotti.

Tenemos reseñas, claro; y chivatazos; y perlas; y novedades editoriales; y cine, con la colaboración de Fernando Marías; y Matarratos; y música, con un alucinante narcocorrido en versión navarro-mexicana.

Y -debe ser cosa también de la Navidad y la nostalgia que dicen conlleva- echamos la vista atrás en la última bala, dedicada a una de las damas del crimen por excelencia: Ngaio Marsh.

Nada más por ahora. Bueno, que dicen que en 2011 sube la luz casi un diez por ciento. Nosotros, no. Nosotros nos mantenemos en el módico precio de cero euros.

Revista .38

La Banda del .38