Aunque estamos más acostumbrados a que el protagonismo de una novela criminal recaiga en un sólo individuo -casi siempre de género masculino- arropado, eso sí, por el necesario equipo de trabajo, no son raras las parejas de investigadores en las que el papel estelar está más diluido entre sus dos integrantes. Esas parejas suelen ser casi siempre mixtas, en unos casos con la mujer como subordinada jerárquicamente -véase, sin ir más lejos, la cabo Chamorro respecto al sargento Bevilacqua- y en otros como superior -por ejemplo, Petra Delicado y su colaborador Fermín Garzón por seguir dentro de los límites peninsulares.
Algunos casos hay de parejas masculinas compartiendo protagonismo casi al cincuenta por ciento, como la clásica e imprescindible compuesta por Ataúd Johnson y Sepulturero Jones o la muy reciente y recomendable formada por Lincoln Perry y Joe Pritchard creada por Michael Koryta (estupenda su primera novela, Esta noche digo adiós). Sin embargo, rebusco en mi biblioteca negra y no encuentro así como así una pareja de policías -ambas de sexo femenino- compartiendo escenario en condiciones de igualdad.
Bien, eso era hasta que han llegado a mi casa la novata Rebeca Santana y la veterana Miriam Vázquez, compañeras de trabajo en el Cuerpo Nacional de Policía, residentes en Barcelona y, en lo que nos interesa, protagonistas de Curvas peligrosas, la primera novela policíaca de Susana Hernández quien, anteriormente, ya había publicado La casa roja (Premi Ciutat de Sant Adriá, 2005) y La puta que leía a Jack Kerouac (Lesrain, 2007).
Miriam Vázquez pasa de los cuarenta, está separada y tiene una hija postadolescente con una afición desmedida por los hombres casados. Viste de modo impecable y tiene mala leche, muy mala leche. Rebeca Santana no llega a los treinta, está recién licenciada y recién incorporada a la madera. Aunque no está casada, tiene pareja estable -Claudia, joven con aspecto de Winona Ryder- pero todavía guarda un generoso hueco en su corazón para Virginia, una de sus primeras novias, y otro no menos generoso para quienes puedan ir cruzándose en su camino. Su manera de vestir no tiene nada que ver con la de su compañera, vive en un modestísimo apartamento del Raval pero pilota una Harley, que cada cual tiene su propio orden de prioridades. Dos mujeres, en definitiva, bien diferentes pero con un objetivo común: la captura de un asesino que ya se ha cobrado dos víctimas en pocos días, ambas mujeres, ambas discapacitadas.
Pero siendo interesante el modo en que ambas subinspectoras realizan el trabajo por el cual les paga el Estado, más interesante se revela la manera en que la autora nos va contando cómo es el entorno familiar, social y afectivo de ambas mujeres, generando en el lector una necesidad adicional a la de intentar averiguar la identidad del asesino antes que las propias investigadoras -como nos gusta hacer a muchos aficionados al género- y antes incluso de que pueda volver a cometer un nuevo crimen: adivinar cómo fue el pasado de Vázquez y Santana y, sobre todo, cuál es la turbulenta relación que la segunda mantuvo con su madre mientras era una cría y cómo narices ha llegado -la madre- a ganarse una prolongada estancia con todos los gastos pagados en el hotel Wad-Ras de Barcelona.
En resumen, una notable primera novela cuya principal virtud reside en la puesta de largo de una prometedora y original pareja que puede llenar un buen número de páginas en el futuro y un buen número de horas de lectura de los aficionados a este género en el que -según dicen algunos- todo está inventado y sin embargo -como demuestra Susana Hernández- quedan muchos aspectos en los que innovar.
Eso sí, me gustaría que hubiera una segunda edición de la novela, y ello por dos razones: porque la obra lo merece y porque sería una excusa perfecta para que se hiciera una revisión detallada del texto, solventando unos cuantos errores de puntuación y maquetación que desmerecen la calidad de la novela. Pero eso ya no es responsabilidad de autora -o no solo responsabilidad de la autora- sino un trabajo que corresponde a editorial y corrector, que para eso están.
Curvas peligrosas
Susana Hernández
Odisea Editorial


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