Tana Marqués vuelve a las andadas con un relato criminal: «Invita la casa» en Fiat Lux


Tana Marqués, mi querida florista que en sus ratos libres se dedica a suicidar a aquellos desesperados que contratan sus servicios por no ser capaces de quitarse la vida por sí mismos, ha protagonizado hasta la fecha dos de mis novelas: Manda flores a mi entierro y Suicidio a crédito.

Tras un periodo de inactividad mientras se plantea cómo resuelve su tercer caso, ha considerado llegado el momento de engrasar las armas que mejor maneja y soltarse la melena con un relato de lo más literario.

Se titula Invita la casa y lo tienes en Revista Fiat Lux. Que aproveche.

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La reina del putiferio rosa y criminal


El despacho profesional de Carmen de Landázuri ocupa buena parte de una de las últimas plantas de la Torre de Madrid. Mientras subo en el ascensor me digo que no sería un mal lugar para suicidar a alguien, especialmente si se utilizase como música de fondo aquella canción de los ochenta de Azul y Negro.

Tras la ilustrativa entrevista con Samuel Ariño, hemos comido algo cerca del hotel y, casi con el café resbalando todavía por el esófago, he mandado a Lorenzo y su abuela a echar una cabezadita. La mujer no ha protestado –incluso ha coincidido conmigo en que era una buena idea, insistiendo de nuevo en la mala noche que había pasado–; y el nieto parece hacer siempre lo que diga doña Alodia, así que a las cuatro y media estaba ya sola, teléfono en ristre y tecleando el número que Tío Tom me facilitó anoche. En cuanto he conseguido que me pasaran con la mujer que todo lo controla, ha sido dar su nombre y conseguir una cita esta misma tarde.

Porque aunque tengo la sensación de que Ariño no me ha mentido y pienso que si me hubiera reconocido le habría resultado imposible mostrarse tan indiferente ante mi presencia en la ciudad como lo ha hecho, creo que no está de más redondear mi visita a la capital intentando entrevistarme con esa mujer que, según Tío Tom, es la autora de los guiones sumamente retorcidos del mundo del corazón. Posiblemente no obtenga nada de ella, pero ya que me han servido en bandeja la oportunidad de conocer en carne mortal a semejante personalidad… Además, considero que es preferible ir a la cabeza en lugar de tenerme que patear todo Madrid detrás de unos simples peones y, evidentemente, Marta Platillo, la encargada en esta ocasión de soltar la bomba, no deja de ser otra marioneta en manos de quien realmente mueve los hilos en todo este teatro televisado.

Me recibe un tipo pequeñito y rubio, vestido con traje blanco, camisa blanca, corbata blanca y zapatos blancos. De inmediato me viene a la mente la imagen de uno de esos horribles muñequitos de Lladró que tan bien se venden en época de bodas y que luego nadie con un poco de gusto sabe muy bien dónde colocar.lladroEl muñequito me hace pasar a una salita y cierra la puerta una vez estoy dentro. Me siento en un amplio sofá rinconero. En la esquina contraria, un televisor de plasma de cuarenta y dos pulgadas se encarga de amenizar la espera poniéndome al día de las últimas noticias que se han producido en el mundo rosa. Al menos, el volumen está al mínimo, un detalle que agradezco.

A los cinco minutos se abre la puerta y una mujer, también menuda y vestida de blanco de los pies a la cabeza –la inevitable pareja de las citadas figuritas de Lladró–, me pide que, por favor, la acompañe: doña Carmen de Landázuri desea verme.

Para acceder al despacho debo pasar entre dos mamparas también blancas. La puerta se abre sin intervención humana de ningún tipo para mostrarme una habitación de unos cincuenta metros cuadrados, las paredes revestidas del suelo al techo por grandes paneles –blancos, claro–, una mesa del mismo color y de unos dos metros de largo y, tras ella, un enorme sillón giratorio dando la espalda a la puerta de entrada.

–Pase, por favor –ordena alguien oculto por el respaldo del sillón.

Avanzo unos pasos, la puerta se cierra a la vez que el sillón gira lentamente. Ante mí, doña Carmen de Landázuri, vestida con un traje de chaqueta negro, se pone en pie para recibirme. No sé si está todo sincronizado, pero la escenografía resulta impactante, me siento como en una película de espías. Sólo falta el gato persa en el regazo de la mujer.

Sortea la mesa y me tiende la mano, una extremidad un tanto huesuda y rematada por unas uñas largas y pintadas de rojo pasión. Aparenta unos cincuenta años, delgada y algo más alta que yo, aunque tal vez se deba a que yo voy de plano y ella calza zapatos de tacón.

–De modo que es usted amiga de Tío Tom –voz recia y autoritaria–. En ese caso, sea usted bienvenida, por supuesto.

Tomo asiento en la butaca que me ha señalado antes de regresar a su puesto de mando. Nunca hasta la fecha me he visto en un entorno como este, pero intuyo que debe ser ella quien indique cuándo podemos iniciar la conversación.

–Por teléfono me ha comentado que se dedica usted al apasionante mundo de las relaciones turbulentas, al circo de los horrores de cada tarde y noche, al noble arte de eludir hábilmente los horarios protegidos, a la maravillosa tarea de alimentar el espíritu de millones de españoles día a día, incansablemente…5406–Sí, a esto del corazón –decido acabar con tanto circunloquio–. Pero estoy empezando, ¿sabe? La nuestra es una cadena que acaba de nacer –le explico colocando sobre la mesa una de mis tarjetas de visita– y, como era de esperar, lo ha hecho con una audiencia menor de la deseada. Al ser cadena pública tampoco pasa nada, se carga el déficit a los presupuestos autonómicos y listo. Pero claro, nos gustaría que alguien nos viera de vez en cuando… Así que a un directivo iluminado se le ocurrió la posibilidad de explorar este terreno que tan buenos resultados suele dar. Y aquí me tiene, tratando de arrancar con buen pie en nuestra franja horaria.

–Y explorando, explorando, se encontró usted con Tío Tom… Buen muchacho, algo díscolo pero buen muchacho. Seguro que le ha hablado pestes de mí, con esa lengua viperina que tiene y que nunca ha accedido a poner a mi servicio… ¿Sabe, Cayetana? Tal vez sea el único tipo al que no he sido capaz de traer a mi terreno, aunque en parte se deba a que le permito creerse libre, claro está.

Tío Tom me dijo que Carmen de Landázuri era la auténtica madama de este putiferio rosa y, desde luego, no disimula.

–Bueno, pestes, pestes, lo que se dice pestes… No crea, sus palabras fueron más bien de admiración. Insistió sobremanera en que era usted la persona a la que debía dirigirme para saberlo todo sobre este mundillo nuestro, la persona que conoce todas las respuestas, la mujer sobre cuyos hombros descansa el edificio del papel couché… Palabras suyas, no mías.

–Este Tom siempre tan exagerado… Pero bueno, parte de razón sí tiene. Verá, son muchos años de profesión, de hecho heredé el puesto de mando de mi padre, don Honesto de Landázuri, que comenzó en el negocio redactando la crónica social de una modesta hoja parroquial hasta que descubrió que el cotilleo era un filón por explotar en este país. Llegaron los toreros, folclóricas, recepciones a diplomáticos extranjeros y sus esposas en el Pardo, rastrillos benéficos, señoras de alta cuna postulando el día del Domund… Pero la plantilla de personajes con que podía jugar era limitada, así que decidió incluir a algunos cantantes melódicos, actrices de las de toda la vida en franca decadencia, deportistas de élite… Todo como se llevaba en la época, un tanto ligth, no sé si me entiende. Como esa rubita vasca de la Primera, ¿sabe a quién me refiero? Muy bien realizado, muy elegante, mucho jabón, pero que no terminaba de llegar al público al que iba dirigido. Al menos a todo el público potencial, quiero decir. El pobre se murió sin ver cómo su hija daba el salto cuantitativo que la empresa familiar requería.

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–¿Que se produjo, cuándo? –pregunto interesada con la lección de historia del corazón que me está largando.

–Con la llegada de las privadas, naturalmente. Televisiones que, con poco presupuesto, buscaban audiencias millonarias y, para eso, lo mejor es que el protagonista sea el populacho, que trabaja por mucho menos. ¿Ha oído usted hablar de la deslocalización? –miro a Carmen de Landázuri intrigada–. Sí, la deslocalización… Que quiero balones baratos, los llevo a coser a la India y un montón de mocosos se dejan la vista y las manos para que todos nuestros niños tengan no una sino tres pelotas de reglamento. Pues con esto es lo mismo: si quiero ahorrar costes, lo mejor es producir en países baratos. En nuestro caso, utilizar personajes que vendan su vida por un plato de judías, usted ya me entiende.

–No sé, reconozco que soy nueva en esto y tal vez me equivoque, pero en tiempos este tipo de noticias interesaba más a la gente: saber qué hacían los famosos, los de verdad, quiero decir; cómo se vestían para ir de fiesta, cómo eran sus lujosísimas viviendas por dentro… La cuadrilla de inútiles de ahora no creo que despierten tanto interés, qué quiere que le diga.

–Usted misma lo ha reconocido, Cayetana –dice con una amplia sonrisa–: acaba de empezar en el negocio. Ya verá qué pronto comprende que la gente está harta de ver en las revistas lo guapos que son los hijos del príncipe de Tralarí o lo bien que esquía la hija de la marquesa de Peliflús. No pretendo darle lecciones de historia, pero es que la plebe siempre ha necesitado individuos de los que reírse y olvidar así sus propias desgracias. ¿Qué me dice de los bufones con que los reyes entretenían a la corte? ¿O de los monstruos de feria del siglo XIX? ¿O de los enanos haciendo de toreros o de payasos? Por no hablar de los chistes de maricas o gangosos tan de moda en los setenta y ochenta… Por cierto, ¿qué ha sido de Arévalo desde entonces? Nada, ahora es políticamente incorrecto hacer ese tipo de gracias y ha habido que buscar nuevos tipos de los que reírnos. Y mientras no se constituya una plataforma para la defensa del gilipollas ibérico, con realizar un casting de vez en cuando al que se presentan miles de imbéciles, por cierto, ya tenemos carnaza para varios años. Los metemos en un concurso, y después de que hayan exhibido sus miserias y hayan sido paulatinamente eliminados, a las tías las mostramos en pelota picada en cualquier revista y a los caballeros los emparentamos con alguna vieja gloria con necesidades económicas imperiosas. A veces es al revés, todo hay que decirlo, aunque el mercado de tíos en bolas no está suficientemente desarrollado. Y que siga la fiesta, que esto son cuatro días. Y no se crea usted, Cayetana, que todavía el público puede ser más cruel, porque si los que ahora hacen de bufones fueron en tiempos personajes respetados nacidos en un barrio normal, miel sobre hojuelas, que nada gusta más al populacho que ver como caen de lo más alto individuos como ellos mismos. Porque, por mucho que se pueda pensar lo contrario, los más desgraciados son a la vez los más clasistas, y pueden entender que alguien sea rico y famoso “de los de toda la vida”, pero no soportan el éxito de un semejante. Es algo así como si pensaran: “¿Qué te creías, que eras mejor que nosotros? Pues al pozo, que es el sitio del que no tenías que haber salido nunca…”. Y aquí estoy yo para prestar ese servicio público, claro.

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–Nacidos en un barrio de una ciudad de provincias, como el personaje que me ha traído a Madrid –dejo caer a ver cómo reacciona esta socióloga del colorín.

De un soporte en el que todavía no había reparado toma una pequeña pipa de color negro y con incrustaciones de algo que parece marfil. La carga con parsimonia, la enciende con un fósforo de madera y pega una primera pitada que se me antoja eterna antes de continuar.

–Viniendo usted de Zaragoza, supongo que se refiere a Martín Santos, ¿me equivoco? Un buen hombre que se dejó llevar por las malas compañías y acabó como acabó… Para beneficio de la familia y de la empresa que dirijo, por supuesto. Aunque me imagino que pronto deberé ir pensando en que la atención se centre en otro asunto, algún escándalo se me ocurrirá, porque el de Santos es uno de eso temas que en el gremio denominamos “de corto recorrido”: no hay demasiados familiares, amigos o socios a los que explotar y el tiempo es oro en televisión, así que es mejor dedicarlo a personajes más productivos. Entre nosotras –me dice con un guiño–, hay una famosa modelo de los ochenta que un día de estos es probable que sufra un accidente de circulación. Nada grave, no se asuste, pero es que no sabe lo bien que dan en pantalla estas mujeres de bandera adornadas con un collarín… Y con un poco de suerte, tal vez la otra parte salga peor del accidente, lo que nos garantiza querellas, insultos, juicios mediáticos… No menos de seis meses de programación.

Y yo que siempre había pensado que mi oficio era cuestionable y aquí estoy con una Borgia de tomo y lomo sin ningún reparo en mostrarlo abiertamente. Siempre había sospechado que todo esto no era más que un burdo montaje con el que idiotizar al personal, pero siento que debo reaccionar con una cierta indignación, aunque sólo sea para no despertar las sospechas de Carmen de Landázuri si me muestro demasiado fría ante tanta barbaridad.

–Pero, por favor, esto que me cuenta es un auténtico disparate… ¿Se imagina que llevase una cámara oculta o una grabadora y saliese corriendo a contar al mundo lo que me está usted confesando? Esa sí sería una bomba informativa, desde luego.

Carmen de Landázuri deja la pipa a un lado, se pone en pie y apoya ambas manos sobre la mesa inclinando ligeramente su cuerpo hacia adelante. Sabe controlar sus reacciones, me imagino que porque es consciente de que nadie puede hacer nada contra ella. Lo compruebo enseguida.

–Primero: si llevara algún dispositivo como los que acaba de mencionar lo habría sabido en cuanto usted pasó entre las dos mamparas de la puerta. Segundo: ninguna cadena de televisión de una cierta relevancia la dejaría intervenir para hacer una declaración pública en ese sentido sin antes consultar con la superioridad, es decir, conmigo. Y tercero: en el supuesto de que se atreviera a intervenir en algún programa local o aparecer en prensa regional de escasa tirada con declaraciones que de ningún modo puede probar, su vida no valdría un duro.

–Vaya, la veo muy segura de sí mismo, pero ya sabe lo que pasó después de la muerte de aquel general que dijo dejarlo todo atado y bien atado…

Me mira indulgente, de nuevo sentada en el sillón desde el que controla el destino rosa del país.

–Querida mía, no se haga la tonta… Si le he contado todo esto es, además de porque sé que no va a ir a ninguna parte con historias para no dormir, por saberla amiga de Tío Tom y, por tanto, una persona inteligente. Siga mi consejo: si desea entrar en este mundillo, hágalo, estamos en un país libre –suelta sin apenas poder contener la risa–. Pero no intente cambiar nada: las cosas son como son y así seguirán siéndolo por los siglos de los siglos.

–Amén.

–En fin, ha sido un placer, Cayetana. Y si ve a nuestro común amigo, dígale que un día tenemos que quedar él y yo para cenar. Nunca acepta, pero…

Fragmento de Suicidio a crédito, segunda novela protagonizada por Tana Marqués, editada en formato impreso en 2009 por Mira Editores y también disponible en ebook en Literaturas com Libros (todos los formatos incluido epub sin DRM)

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Sanromán padre, Camilleri a la aragonesa


floresDa gusto encontrar nuevos lectores para novelas que ya tienen algunos años -esta es de 2007 si bien tuvo edición digital en 2012, lo que le ha dado una segunda oportunidad que está aprovechando francamente bien-, da gusto ver cómo esos nuevos lectores disfrutan con las historias que has inventado, da gusto leer comparaciones como esta:

«No soy muy dado a explicar los personajes, y seguiré fiel a mis principios, pero si quiero remarcar el extraordinario papel de los secundarios en Manda flores a mi entierro. Y es que muchas veces nos fijamos en los principales y nos olvidamos del juego que dan esos secundarios que de otra forma dejarían la salsa sin ligar. Entre ellos quiero destacar al abuelo Sanromán. Fliparéis si os digo que me hacía pensar en Andrea Camilleri, o como mínimo en el Camilleri que mi subconsciente ha creado. Digamos que representa la parte de crítica social más palpable de la novela, y lo mejor, tiene gracia haciéndolo. Genial en la escena que tiene que ayudar a su hijo.»

Muchas gracias, David, y encantado de que hayas disfrutado con el primero de los casos de Tana Marqués.

Lee la reseña completa en Cruce de caminos

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El Día de la Madre según Tana Marqués


Para quienes nos dedicamos al comercio minorista, lo único decente de los sábados es que preceden a los domingos. Nada más. De pequeña todavía podían tener algún aliciente, por ejemplo, que podías pegarte la mañana sin hacer otra cosa que ver la televisión, aunque visto desde la distancia que dan los años, no sé qué podía tener de especial pasarse una mañana entera aguantando a Torrebruno, lo único que se podía ver en la cadena única.

Lo malo del primer sábado de mayo es que precede al primer domingo de mayo, o sea, el Día de la Madre. Vale, permite hacer caja extra pero no deja de ser una putada para las que también somos madres y además tenemos que levantar la persiana. En fin, sé que se avecina un fin de semana de mucho trabajo, incluso he tenido que recurrir a un amigo de Lorenzo, estudiante todavía a pesar de sus casi treinta años, pero es que pertenecer a la tuna es lo que tiene. En todo caso, el chaval es voluntarioso y trabajador -si no tenemos en cuenta lo de los estudios- y no le importa repartir el día entre flores y alguna que otra comunión que amenizar. Lo que no me hace mucha gracia es que venga disfrazado, capa y pandereta incluidas, pero el muchacho dice que, si no, no le da tiempo de ir a cambiarse a casa.

Llego a la floristería a las nueve de la mañana. Pilar, Lorenzo y Julián el Tuno ya están aplicados a la elaboración de vistosos ramos que deben servir para decir “cuánto te quiero, mamá” aunque sea una vez al año. Por cierto, que jamás he soportado a esos babosos de hombres que acostumbran a llamar mamá a su parienta. Leonardo lo achacaría, sin duda, a un complejo edípico no superado. A mí me parece, simplemente, que la razón para comportarse así es que todavía no se han caído del árbol y comienzo a dudar que algún día lo hagan.

Leonardo es el presunto psicólogo que me manda los clientes especiales, el mismo que observo me ha dejado un mensaje en el contestador de mi despacho. Porque sólo él me deja mensajes; Luis, mi hijo o cualquiera de mis conocidos suelen localizarme en el móvil, pero Leonardo tiene la orden expresa de dejarme un mensaje en el contestador cuando la ocasión lo requiere.

Como digo, el piloto rojo parpadea y sé perfectamente lo único que puede significar. Pulso el botón de lectura y tomo asiento en mi sillón de jefa.

Orquideas

“Te mando unas orquídeas delicadísimas. Tal vez lleguen hoy mismo. Riégalas bien y si tienes alguna duda sobre su cuidado, llámame”.

Como si no conociera yo, después de tantas horas de vuelo, el modo en que deben cuidarse unas orquídeas por muy delicadas que sean. Pero claro, una contraseña es una contraseña y, o se dice bien, o no se dice, que luego sería yo la primera en sospechar que alguien estaba suplantando a mi psicólogo de toda la vida.

La verdad es que no me apetece tener que atender hoy a un cliente especial, con tantos clientes normales que supongo vendrán a hacer su compra anual de flores. Pero no soy yo quien para elegir el momento en que alguien se quiere suicidar: mi negocio es como una funeraria, y no sé de ninguna funeraria que le diga a sus clientes que vaya día han elegido para palmarla, precisamente hoy que hay partido en la tele.

Lo que sí hago es pedir a Pilar que sea discreta -todo lo discreta que puede ser esta chica- cuando llegue el cliente. A continuación, compruebo que todo está en orden en el despacho: la luz tenue, la silla que ocupará el cliente de modo que no pueda contemplar con detalle mis facciones, la cámara de vídeo cargada, el mando a distancia con que activarla con pilas nuevas para que no falle, que luego resulta incómodo decirle al cliente eso de “¿le importa que grabe este momento para la posteridad?”. La mía, se entiende, que cuando uno de mis clientes es grabado significa que ya no le queda demasiado futuro que disfrutar.

Y el disco con la música apropiada, ese recopilatorio de versiones de Gloomy Sunday que nunca falla para crear el ambiente adecuado para momentos como el que se avecina. Como no sé qué tipo de cliente es el que me va a visitar, decido recurrir a todo un clásico, coloco el disco en el reproductor y busco la versión de Billie Holiday, una de mis favoritas y que suele gustar a todo el mundo.

Fragmento de la tercera novela protagonizada por Tana Marqués, todavía en preparación (y lo que le queda, supongo)

MÁS INFORMACIÓN SOBRE TANA MARQUÉS EN SU WEB

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El suicidio de una estrella


Cada vez le cuesta más hacerse entender, el alcohol va cumpliendo su cometido y comprendo que Santos está todavía peor de lo que aparentaba cuando me visitó en la floristería. Me había hablado de cómo se había entregado a la coca y el alcohol durante los últimos años, pero la imagen que muestra en su casa es, más que la de un bebedor, la de un borracho póstumo. De hecho, si no intervengo yo la cirrosis lo hará, sin tardar mucho y de un modo bastante más doloroso.

Tras la cuarta copa desde que he llegado, Martín apoya la cabeza en el brazo del sofá y entiendo que hoy es mi día de suerte: la muerte dulce es mi preferida y este hombre me lo está poniendo a huevo. Comienza a roncar de un modo que temo por los vecinos. Me calzo los guantes de látex, tomo la botella y le doy a beber a morro una buena cantidad, casi hasta terminar con su contenido. Me voy al baño, reviso el armario que hay sobre el lavabo y compruebo que mi suerte continúa: el actor en declive es un clásico y jamás se afeitaría con una Gillette como todo el mundo, lo suyo es la navaja y la brocha de toda la vida.

navaja

Pongo el tapón en la bañera y abro el grifo del agua caliente. En cinco minutos hay una cantidad considerable, pero no tanta como para que la masa de Martín “Arquímedes” Santos pueda desbordarla y dar un disgusto a la del quinto. Cierro el grifo y vuelvo al salón: mi cliente sigue durmiendo como un bendito.

Sujeto su cuerpo inerme por debajo de los sobacos y lo arrastro como puedo hasta el baño. Martín se deja hacer. Ahora llega la parte de mi improvisado plan que más pudor me provoca. Le quito los calzoncillos y, para no fijarme en su desnudez, le miro a la cara. No sé, incluso me parece ver una sonrisa de satisfacción en su rostro, como si Martín entendiera que, finalmente, él tenía razón y yo no era una salvadora de almas sino una puta como había pensado desde el principio. Pero, desde luego, no se trata más que de mi imaginación, el pobre está totalmente ido de este mundo. O lo estará en breve, más bien; de momento, sólo inconsciente.

Le introduzco en la bañera despacio. Permanece inmóvil mientras abro la navaja. Le tomo de la mano derecha y hago un profundo y rápido corte en su muñeca. Ni se inmuta, la navaja está bien afilada y ni siquiera se percata de lo que le está sucediendo. Repito la operación en la izquierda con idéntico resultado. El agua comienza a teñirse de rojo mientras espero sentada en una banqueta.

Fragmento de “Suicidio a crédito”, segunda novela protagonizada por Tana Marqués, editada en formato impreso en 2009 (Mira Editores) y ya disponible en ebook en Literaturas com Libros (3.99 euros, todos los formatos incluido epub sin DRM)

 

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«Suicidio a crédito», ya en formato digital


Hace unas semanas lo advertía: Suicidio a crédito, la novela que nació en un taller literario y que se publicó en versión impresa en 2009, iba a tener muy pronto su versión digital, a un precio muy razonable y en todos los formatos (incluido epub sin DRM).

Pues bien, ya está lista para su descarga desde la web de la editorial (sin anticopia) donde, además, encontrarás el enlace a otras plataformas como Amazon, Todoebook, iBookStore y otras muchas que se irán sumando.

Te dejo aquí la portada de la edición digital y su sinopsis.

PORTADA_87Tana Marqués, regente de una floristería en cuya trastienda lleva a cabo otro negocio algo más lucrativo y peligroso: «suicidar» gente (personaje con cuyo peculiar humor ya disfrutamos en la primera entrega de la serie: Manda flores a mi entierro), recibe en esta nueva novela un encargo en apariencia sencillo pero que, sin embargo, la llevará a inmiscuirse en un territorio salvaje. En un ambiente de especial crueldad y sordidez que haría retroceder, asustados, a los más duros personajes de la literatura negra, a los detectives en apariencia curtidos de las novelas de Raymond Chandler o Dashiell Hammet. Se trata, cómo no, del mundo de la prensa rosa.

Irónica y desenfadada, incisiva y tierna, Suicidio a crédito combina una mirada cáustica sobre la realidad actual, centrada en este caso en el llamado «mundo del corazón», con un retrato exacto y cómplice de algunos personajes actuales de ese mundillo. Todo ello apoyado en una prosa ágil, agradable de leer y salpicada de efectos cómicos.

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«Suicidio a crédito», una novela de taller


portadasuicidio12Allá por 2007 rondaba por mi cabeza una novela que debía protagonizar Tana Marqués, la florista suicidadora que había debutado literariamente en Manda flores a mi entierro, publicada en papel por Mira Editores en 2007 y recientemente en edición digital de Literaturas com Libros.

También tenía en mente participar en un taller de novela y consideré que Fuentetaja era una buena opción y el proyecto en el que había pensado podía encajar bastante bien. Dicho y hecho: gracias a mi participación en ese taller y con los acertados consejos de quien lo impartía, la escritora Cristina Cerrada, surgió Suicidio a crédito, tal vez la novela más disparatada que ha salido de estas manos.

La novela se publicó en Mira Editores en 2009 y, muy pronto, tendrá su versión electrónica también en Literaturas com Libros. De momento, dejo aquí la sinopsis y los enlaces a algunas de las reseñas que se publicaron en su día.

Seguiremos informando.

Sinopsis

Martín Santos, galán del cine español de los años sesenta venido a menos, está harto de vender sus miserias al mejor postor, de patearse los platós televisivos para hablar de sus problemas con las drogas, con el juego, con las mujeres que se acercan a él buscando una fama efímera que les permita llegar a fin de mes sin tener que trabajar demasiado.

Quiere acabar con todo de raíz. Para ello, nada mejor que quitarse la vida, pero se sabe incapaz de suicidarse y decide recurrir a los servicios de Tana Marqués, quien además de dirigir una floristería en el centro de Zaragoza se dedica a ayudar a quienes la contratan mediante esa especie de eutanasia activa extrema en que está especializada desde hace años.

Pero la discreción que exige una actividad como la de Tana no se lleva bien con la legión de fotógrafos y periodistas a la caza de la noticia que suelen acompañar a todas partes a personajes como su nuevo cliente, y lo que parecía un encargo más se convertirá en un auténtico atolladero del que solo podrá salir sumergiéndose de lleno en ese mundo del corazón que siempre ha detestado.

Paparazzi, exclusivas, una mujer que dice ser quien decide en cada momento qué personajes serán actualidad y cuáles deben pasar a segundo plano… Suicidio a crédito utiliza los recursos del género negro para observar con acidez el mundo del corazón y los reality shows, un mundo en el que todo vale a la hora de lograr más audiencia que el rival y en el que los protagonistas de las noticias -tanto los periodistas que ejercen de gladiadores en un circo romano como los “famosos” que aceptan el papel de león o cristiano de turno- no dudan en renunciar a su dignidad con tal de seguir manteniendo un cierto nivel de vida o una simple presencia en los medios de comunicación, esos quince minutos de fama a los que, según Warhol, todos tenemos derecho.

Algunas reseñas:

Reseña de José Luis Gracia Mosteo en El Librepensador

Reseña de Luis de Luis en Revista Prótesis

Reseña de Noemí Pastor en Boquitas Pintadas

Reseña de Francisco Ortiz en Novela negra y cine negro

Reseña de Empar Fernández en Europolar

Reseña de Luis Borrás en Aragón Literario

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Sánchez debe morir


En cuanto Sánchez salió del despacho, Tana regresó al puesto de mando. Encendió un cigarrillo –el primero del día, pues llevaba un par de semanas tratando de dejar el tabaco– y aspiró profundamente mientras examinaba las anotaciones que había hecho en la ficha que acababa de abrir para su último cliente. Algo en el tono de Sánchez cuando dudó de la profesionalidad de la empresa que dirigía le indicaba que debían actuar con rapidez; esa misma tarde, la noche siguiente como máximo. La aparente frialdad, la fortaleza que quería demostrar aquel tipo, sugerían que de un momento a otro podía venirse abajo y rescindir el contrato. Y Tana nunca devuelve lo que cobra por sus servicios. Por el bien del cliente, que, con toda seguridad, lo que quiere es morir. Aunque pueda parecer arrepentido de su decisión horas después de adoptarla.

En el cajón superior de la mesa guarda la agenda privada, la que contiene entre otros los datos de los ejecutores que trabajan para la floristería. La sacó y la abrió por la letra “E”: deseaba que Elena, una de las veteranas, fuera la encargada de realizar aquel trabajo. Descolgó el teléfono y marcó su número. Al quinto tono tuvo respuesta.

–¿Quién llama? –preguntó Elena malhumorada.

–¿Elena? Soy Tana: tengo un trabajo para ti. ¿Cuándo puedes pasarte por la tienda?

–Huy, perdona por haberte contestado con tan malos modos, pero es que me has pillado en la ducha y es la segunda vez que tengo que salir con la toalla a cuestas… y estoy poniendo el pasillo perdido. En fin, ¿de qué se trata?

–Varón, cincuenta y dos años, vive solo y debe morir cuanto antes. Accidentalmente. ¿Cuento contigo?

–Claro, Tana, qué cosas tienes: jamás rechazo un encargo. Voy para allá en media hora; ten la ficha preparada.

bañera

Tana sonrió cuando Elena colgó el teléfono. La florista siempre acostumbra a dar instrucciones a los ejecutores acerca del modo en que deben realizar sus trabajos, pero con Elena es distinto: lleva en la casa desde el principio de sus actividades y sabe que nunca acepta un consejo sobre cómo suprimir a alguien. Así que hace tiempo que desistió de interesarse por el método que pretende utilizar en cada ocasión: manipulación de vehículos, muerte por inmersión accidental en la bañera, suicidio por ahorcamiento, un tiro en la boca, asfixia por monóxido de carbono… Elena domina todas las técnicas de eliminación y se puede confiar plenamente en ella.

Cerró el despacho y preguntó a Pilar si necesitaba ayuda en la tienda, pero el local estaba vacío por primera vez en la mañana y decidió aprovechar esos momentos de calma para salir a comer algo en el bar de enfrente, pues el día de san Valentín la tienda no se cierra al mediodía y comenzaba a sentir algo de hambre. La mañana seguía fría –a pesar de que el sol estaba ya en lo más alto de la ciudad–, pero enseguida pensó que más frío debía sentir en ese momento el bueno de Sánchez. O no, tal vez no; nunca podría estar completamente segura de las sensaciones que experimentan sus clientes después de firmar el contrato de suicidio.

Fragmento de «Manda flores a mi entierro», primera novela protagonizada por Tana Marqués, editada en formato impreso en 2007 (Mira Editores) y ya disponible en ebook en Literaturas com Libros (3.99 euros, todos los formatos incluido epub sin DRM)

Reseña (o así) de «Manda flores a mi entierro», por José Luis Gracia Mosteo


Esta es otra de las reseñas que en su día se publicaron acerca de Manda flores a mi entierro (publicada impresa en 2007 y ahora en versión digital en Literaturas com Libros) y que desapareció de internet por cierre del servidor en el que se alojaba el blog en el que se publicó. La firma el novelista, poeta y crítico literario José Luis Gracia Mosteo. Decía lo siguiente:

El bosque del lobo

Confieso que leí Manda flores a mi entierro con ansiedad y estupor. El título era bueno; el escritor, crítico; y su condición, de novato. Lo leí entre lingotazos de vino y cigarrillos en primavera. Me dejó estupefacto. Entre tanta novela con pretensiones, tanto libro con afán de trascender, tanto pedante ambulante, me encontraba con un libro sencillo y bien escrito que sólo pretendía entretener.

Porque lo cierto es que me enganchó enseguida: los personajes eran creíbles; el marco, bien dibujado; la trama, consistente; el lenguaje, eficaz y limpio. Soy escritor y crítico literario, de modo que tengo cierta desviación a recomendar o desaconsejar, así que automáticamente lo recomendé a un puñado de amigos. Ninguno se quejó.

No voy a desvelar la historia, pero sí a sacarle un pero bastante grave. Vemos. Dos meses después me llevé Manda flores a mi entierro a la playa con mi mujer y chavales. La playa, ya se sabe, es un coñazo. Hay que cuidar de los niños, estar atento no se pierdan y evitar que se ahoguen. No voy a esconder que soy camastrón además de miope, de modo que cada año me llevo al mar la hamaca y un par de periódicos, y leo como un condenado.

Sin embargo, este año mi mujer tenía Manda flores a mi entierro entre las manos y leía y leía mientras los niños jugaban y hacían esas burradas tan encantadoras que hacen. Afortunadamente veraneamos en Almería, no en Tarragona. En caso contrario, seguro que se los zampa el tiburón. Porque lo cierto es que enseguida comprobé que o me ocupaba yo o no se ocupaba de los chicos nadie.

Empecé a mirar con ira aquel maldito libro que me estaba aguando las vacaciones más que el mismo Mediterráneo. «Joder con el Ricardo Bosque de los cojones», me decía. A ese tío lo talo. Pedí el teléfono del pájaro en información y le llamé desde la playa conminándolo a una compensación (nurse, canguro o nanny), pero se rió desvergonzadamente y hasta se mostró simpático, el muy traidor.

Que se prepare: desde este momento desaconsejo su lectura en la playa, sillón o sofá, de forma que sólo puede ser leído en una narcosala. Es una novela estupefaciente y con tendencia a dejar estupefacto no sólo al que lee, como el tabaco. De la misma manera, encarezco a que lo lean en la cama todas las señoras y señoritas que duermen acompañadas, al fin y al cabo la protagonista es una mujer. (Y qué mujer.)

Y para que conste, firmo y rubrico esto.

J.L. Gracia Mosteo

Disponible en ebook en Literaturas com Libros. 3.99 euros todos los formatos, incluido epub sin anticopia

Mi nombre es Marqués, Tana Marqués


Seguramente ya sabrás que mi novela Manda flores a mi entierro, publicada en papel en 2007 por Mira Editores, sale ahora como ebook en una de las editoriales españolas que mejor han entendido cómo deben ser los libros electrónicos: baratos -3,99 euros- y en todos los formatos existentes, incluido el epub sin DRM. La editorial, Literaturas com Libros.

Cambia la portada original por esta que ves aquí, cambia el modo de leerla, pero la novela es la misma de la que Jabi Basterra dijo estas cosas en su blog Negra con puntillo.

Espero que te convenza su reseña y te decidas a leer Manda flores a mi entierro. Cuando la termines, si quieres, hablamos.