Unos mejillones de Galway con Dolores O’Riordan


«El Malone se diferencia en apariencia muy poco de las otras decenas de tabernas irlandesas de la ciudad y de las miles del país y tal vez de las decenas de miles del mundo: iluminación más bien escasa, mucha madera, decoración recargada que pretende que te sientas como en casa -si yo metiera en mi palafito la cuarta parte de los cachivaches que veo ahora mismo a mi alrededor me tendría que salir a dormir a la terraza-, fotografías de tipos con gorra transportando barriles de cerveza por el interior de una fábrica, cierto olor a humedad característico…

Tal vez los hechos diferenciales de esta que nosotros frecuentamos por estar junto al Cuartel sean que su propietario, Sean, sea un nativo de Galway y que demuestre cierto gusto por la música clásica irlandesa, entendiendo como tal que todo lo posterior a The Cranberries para él es música moderna e insoportable. En estos momentos suena, precisamente, Zombie, pero no es casualidad, es que casi siempre suena Zombie en este local.

También son marca de la casa las cinco pantallas de televisión en las que siempre, siempre, pasan la misma película por cuyo título, por cierto, jamás he preguntado ni al dueño ni a las camareras. Pero me gusta -aunque la emitan sin sonido y no sepa de qué va- porque en ella aparece, junto a una guapa pelirroja que se da cierto aire a mi subteniente, aquel actor más alto que el caballo que montaba en las muchas películas del oeste que vi de crío con mi padre, si bien debe de ser una película rara en su producción pues no sale disfrazado de vaquero sino más bien en un bar con otros consumidores habituales de cerveza negra».

Fragmento de mi segunda novela (todavía inconclusa) protagonizada por Ulises Sopena, capitán de la Policía Fluvial Metropolitana de la Zaragoza de 2041.

Cuestión de recalificaciones


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Y, como bien me ha explicado Blanca esta misma mañana, hace veinticinco años, Camilo Lalueza llevó a cabo otra de sus operaciones maestras dentro del mundo inmobiliario al poner su punto de mira en un céntrico solar que se había convertido en un nido de ratas además de en una patata caliente en manos de las diversas administraciones de la ciudad. Disputas partidistas y diferentes interpretaciones acerca de las competencias de cada cual habían transformado el antiguo Teatro Fleta en un erial lleno de maleza, conservándose tan sólo parte del graderío como si se tratase de los restos de un teatro romano levantado en el siglo xx. Plenamente conocedor de los mecanismos institucionales, logró sin demasiado esfuerzo permutar unos terrenos rústicos en las afueras de la ciudad por el esqueleto del teatro con el compromiso firme de rehabilitarlo con sus propios medios. Pero un accidental derrumbe de lo poco que quedaba en pie y la oportuna recalificación urbanística posterior le permitió, poco tiempo después, edificar en ese emblemático lugar la torre de cuarenta pisos que pasó a convertirse en la construcción más alta de la capital y sede de la Corporación que dirige este hombre hecho a sí mismo. Todo un ejemplo para la clase empresarial del país, desde luego.

Fragmento de Cuestión de galones, puntos de venta en la web de la editorial

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Inframuriendas


Todo esto era antiguamente territorio lolailo. En la actualidad, los nativos calós se concentran en un par de manzanas; el resto se lo reparten, en extraña armonía, negros, moros, payoponis y chinos en un crisol de culturas difícilmente superable. Los musulmanes se concentran mayoritariamente al principio -o final, según se mire- de la calle de las Armas. Será que el pasado tira lo suyo y, tal vez sin saberlo, se fueron reuniendo en torno al cementerio árabe hallado en la plaza de santo Domingo a principios de siglo cuando, en plena faena de sustitución de tuberías, aparecieron decenas de esqueletos dispuestos en posición fetal y mirando a la Meca, como el imán Islam cada vez que le nombras a la de la guadaña.

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Los diferentes tipos de habitantes del barrio también se reparten los bajos de los edificios en función de su nacionalidad o etnia: los moros, peluquerías, locutorios y alguna tiendecita en la que venden semola en sacos de veinte kilos; los chinos, bares y bazares; los gitanos y negros, no ejercen comercio alguno, al menos de un modo visible; y los payoponis, a pesar de su estatura, se limitan a jugar a voleibol en una pista improvisada en un solar abandonado en el que curiosamente, alguien ha colgado un cartel que dice “Esto no es un solar”.

Se nos está haciendo tarde: el mocoso de ayer nos dijo que podríamos encontrar a Fátima a primera hora y, al margen de lo que por aquí entiendan por primera hora, son ya las diez y me temo que podamos quedarnos de nuevo sin ver a la viuda de Ali. Afortunadamente, cuando nos acercamos a su portal tras haber decidido que podemos empezar la visita y posponer el registro para cuando llegue Rubén, vemos cómo el secretario dobla una esquina a unos cien metros de la vivienda y acelera el paso al reconocernos.

Sara le apremia todavía más dando unas palmaditas como quien llama al sereno. Rubén tuerce el gesto y se frena de golpe en señal de protesta.

-Claro, como vosotros vais a todas partes motorizados… Dependiendo del transporte público os querría yo ver, que con los últimos recortes en Justicia ni vehículos oficiales -salvo que tenga que ir el juez a hacer la compra- ni hostias.

-Haber elegido otra profesión, no te jode…

-Venga, chicos -trato de poner paz-, dejad de hacer manitas, ya tendréis tiempo más tarde y vamos ahora al tajo, a ver si se nos larga la Fátima y perdemos la mañana aquí.

Rubén sonríe; Sara, no precisamente, como era de esperar. En cualquier caso, consigo que dejen sus cosas de lado y podemos, por fin, enfrentarnos a las cuatro plantas sin ascensor que nos separan de la vivienda de Muhammad Ali.

Vivienda es decir mucho. Infravivienda le va grande. Dejémoslo en “lugar infecto que haría acogedoras las mazmorras de la Santa Inquisición”.

Fragmento de la segunda de mis novelas -todavía en fase de redacción- protagonizada por Ulises Sopena. Si quieres leer la primera, Cuestión de galones, puedes acceder a todos los puntos de venta (Amazon, IbookStore, Smashwords, Edibooks, Corte Inglés, Grammata…) desde la web de la editorial, en la que también lo podrás comprar en formato epub sin anticopia DRM. PVP: 3.99 euros.

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Recordando a Bigas Luna


JamonJamon

«La autopista se adentra en el desierto prácticamente en línea recta, sin más entretenimiento para la vista que un toro de Osborne indultado cuando yo todavía no había nacido. Como siempre que voy de vacaciones al pueblo, pasamos a pocos metros del cornudo, y recuerdo como siempre también lo que mi padre me contaba cuando yo era un crío, esa historia de que por esta zona se rodó a finales del siglo pasado una película en la que el protagonista capaba a este toro atizándole con un jamón de dimensiones considerables. Pero o el toro fue restaurado o mi padre se equivocaba de astado, porque éste mantiene los cojones en su sitio, colgando orgullosos del bajo vientre del animal».

Cuestión de galones, Ricardo Bosque

Alianza de Civilizaciones


Cansado se levanta de su sillón y amplía su radio de giro al comenzar a dar vueltas alrededor de nosotros. Si no fuera porque viste de blanco riguroso -es un clásico y jamás se le ha visto con un uniforme diferente del compuesto por bermudas, camisa de manga corta y calcetines altos, todo ello de un blanco inmaculado- y porque le considero un buen hombre incapaz de maldad alguna, se diría que es un buitre sobrevolando a quienes sabe van a terminar mal de un momento a otro.

-En efecto, no es mucho pero es lo que se puede hacer de momento. Y me alegra ver que parece que va sentando usted la cabeza y ha comprendido a la perfección la diferencia entre un inmigrante ilegal de origen norteafricano y un ciudadano presuntamente legal y miembro activo de la comunidad musulmana. Más exactamente, la diferencia entre las consecuencias que nos podría acarrear el mismo trato dispensado a esos dos perfiles distintos, que ya se sabe que unos somos más iguales ante la ley que otros. Además, con lo de la Alianza de Civilizaciones y todas esas mandangas debemos ser extremadamente cautos en investigaciones de este tipo, ya sabe a lo que me refiero.

-Por supuesto, coronel, y le repito que no debe preocuparse en absoluto al respecto que nos ocupa, que llevaremos al límite de la eficiencia las precauciones y procedimientos a seguir y que reportaremos informe puntual de cuantas evidencias coyunturales puedan afectar a la investigación en curso.

Cansado se muestra convencido -o aburrido, o despistado, no sé bien- con mi perorata formalista. Sara, por su parte, me ofrece la primera sonrisa contenida desde que hemos aparcado hace un rato el “affaire Rubén”, para lo cual se cubre el rostro con la mano derecha mientras desvía la mirada hacia la pared opuesta al punto en que se encuentra Cansado.

-Bien, pues aunque no debería hacerlo, confío en ustedes. Y espero no arrepentirme ni verme involucrado en un lamentable conflicto diplomático en estos últimos meses de carrera que me quedan. En fin, que sea lo que dios quiera.

-Insisto, coronel, no tiene porque preocuparse, andaremos con pies de plomo.

-Está bien, está bien, por mucho que lo repita no va a terminar de convencerme. Bien, si no hay nada más, ya pueden retirarse e ir a hacer su trabajo.

-Con su permiso coronel.

-Y, por favor…

-¿Sí?

-Tengan cuidado ahí fuera.

Salimos del despacho. No hemos alcanzado todavía el ascensor cuando Sara me pregunta por la aludida Alianza de Civilizaciones.

-Nada, una chorrada de principios de siglo, una entelequia surgida de la mente de un idealista inocentón y un tanto mediocre. Pero tú igual ni habías nacido, claro, cómo vas a acordarte; yo no tenía ni diez años, pero con la paliza que daba mi padre con las gilipolleces del tal Zapatero… De todos modos, te haré una confidencia: yo siempre he sido más de la Alianza Rebelde.

-Tampoco me suena.

-Claro, es que esa es todavía más antigua, si quieres te lo explico por el camino. Verás, hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana…

 

Fragmento de la segunda de mis novelas novelas -todavía en fase de redacción- protagonizada por Ulises Sopena. Si quieres leer el primero, Cuestión de galones, puedes acceder a todos los puntos de venta (Amazon, IbookStore, Smashwords, Edibooks, Corte Inglés, Grammata…) desde la web de la editorial, en la que también lo podrás comprar en formato epub sin anticopia DRM. PVP: 3.99 euros.

«Cuestión de galones», vista por Alberto Díaz-Villaseñor


“Cuestión de galones”, de Ricardo Bosque, es un buen ejemplo de cómo una trama policíaca no tiene por qué beber siempre de la sordidez y el escenario tópico que suelen ser recurrentes en el género. “Cuestión de galones” es un inteligentísimo texto cuya trama se desarrolla en una Zaragoza moderna y futurista, donde medran unos personajes de beautiful people absolutamente alejados en fondo y forma de lo que muchos creen que deben ser quienes nadan en este tipo de historias. No hay Santos Trinidad de aspecto grunge, ni polis amargados o fracasados con vidas personales insostenibles y autodestructivas, antes al contrario, los protagonistas se adivinan guapos, ricos (menos los policía, claro) y jóvenes (con alguna excepción).

Lee la reseña que Alberto Díaz-Villaseñor hace de mi última novela en El Marcapáginas

Ulises Sopena. Lo que está por venir


1. Ante todo, mucha calma

La moneda describe una parábola perfecta antes de caer al agua. El muchacho, con apenas diez años recién cumplidos pero ya varios de oficio, se zambulle de cabeza en el canal sin salpicar más de lo estrictamente necesario.

Los espectadores, veinte turistas japoneses correctamente aviados para la ocasión, cuarenta ojos rasgados, permanecen atentos a cada uno de los movimientos del chaval. Por su parte, la guía, provista de un paraguas amarillo y rojo que utiliza como estandarte con el que dirigir a la tropa nipona, mira para otro lado, aburrida: ya ha presenciado el espectáculo en demasiadas ocasiones como para esperar algo nuevo de él.

Son diez años de pocas carnes, casi famélicos, los que se sumergen para conseguir el pan suyo de cada día. O rescata la moneda del fondo del canal o su ración de comida será más escasa que de costumbre. Porque las normas de la Casa son bien claras también en ese aspecto: “A cada cual según su habilidad, de cada cual según su necesidad”.

No solamente es el niño quien aguanta la respiración bajo las aguas, pues los veinte nipones parecen solidarizarse con él y, tal vez, tratan de insuflarle aliento conteniendo el suyo desde la orilla. La guía, mientras, se entretiene contemplando un escaparate de los muchos que ofrecen en la zona productos típicos para los turistas: frutas de Aragón, adoquines del Pilar, piedras de río, cachirulos, camisetas con los mismos motivos estampados que en cualquier otra ciudad del mundo y muñequitos vestidos con el traje regional.

Foto: Beatriz García Cristóbal

Pasan veinte segundos y el niño sigue rastreando el fondo sin intención de asomar la cabeza para tomar una nueva bocanada de aire que le permita continuar la búsqueda. De acuerdo, es solo un euro, tal vez cincuenta céntimos, pero todo un tesoro para un chaval cuya manutención diaria depende de que rescate la moneda del fondo y la saque a la superficie sosteniéndola entre los dientes, como les ha enseñado el tutor de la Casa.

Treinta segundos. Cuarenta. Algunos japoneses comienzan a impacientarse, otros a aburrirse. Todos, en cualquier caso, permanecen en la orilla del canal, cámara en ristre, dispuestos a inmortalizar el momento en que el chico emerja con el preciado botín.

Cincuenta empiezan a ser demasiados segundos incluso para un adulto habituado al buceo y con una capacidad pulmonar normal. Para un niño, comienza a ser francamente preocupante, y eso deben pensar los compañeros del sumergido, tan desharrapados como él, cuando deciden acudir en su ayuda. Tres más se zambullen, estos ya sin molestarse en hacerlo con estilo y sin que les importe la cantidad de agua que salpiquen en el salto. Y justo en ese instante, cuando los tres han acudido en su rescate, aparece la cabeza del primero fuera de la superficie del canal. En su boca, la moneda. En su mano derecha…

El chico se acerca a la orilla, deja el bulto sobre la acera y, plantando con firmeza las manos, se impulsa para salir del agua y quedar sentado al borde del canal. Se pone en pie, introduce la mano derecha dentro del pequeño saco de arpillera que sostiene con la izquierda y extrae el objeto de su interior como si fuera un mago sacando un conejo de la chistera.

Los turistas registran el momento con sus digitales, aunque alguno tiene dificultades para mantenerla firme cuando reconoce la naturaleza del objeto en cuestión. Una mujer comienza a emitir gritos en japonés, muy similares a los que cualquier occidental emitiría en una ocasión similar. El pánico, como la gastroenteritis, parece ser enfermedad altamente contagiosa y enseguida el resto del grupo la imita.

La guía se separa del escaparate ante el alboroto que están montando sus clientes, por lo general muy silenciosos y obedientes. Se acerca al grupo, suelta un berrido que deja pequeños a todos los demás y, profesional como es, recupera la sangre fría. Solo se le ocurre tranquilizar a la parroquia con una frase hecha, la que le enseñaron en la academia de guías para situaciones imprevistas como esa.

Please, ladies and gentlemen, above all, very calm.

Así comenzará el segundo caso del capitán Ulises Sopena. Si quieres leer el primero, Cuestión de galones, puedes acceder a todos los puntos de venta (Amazon, IbookStore, Smashwords, Edibooks, Corte Inglés, Grammata…) desde la web de la editorial, en la que también lo podrás comprar en formato epub sin anticopia DRM. PVP: 3.99 euros.

Si te apetece saber más sobre las andanzas de Ulises, puedes seguirle en su página en Facebook, donde encontrarás más información sobre el capitán, sus casos, su música…

Libros libres


Algo está cambiando en el mercado editorial digital y, afortunadamente, ya hay editoriales que se animan a vender sus ebooks sin ningún tipo de anticopia (el famoso, molesto e inútil DRM).

Una de ellas es Literaturas com Libros, que solicita mi autorización para vender Cuestión de galones de ese modo. Por supuesto, acepto: confío plenamente en el lector y sé que el personal está dispuesto a pagar una cantidad razonable por un libro que pueda descargarse con facilidad y que será suyo para siempre, sin tener que depender de otros programas que limitan su lectura a un número determinado de dispositivos siempre y cuando, además, estén registrados a nombre del comprador.

Así que ya puedes comprar Cuestión de galones desde la propia web de la editorial, en un par de clics, sin registros y pagando con tu cuenta de Paypal. En segundos tendrás el libro en tu correo listo para ser leído en cuantos dispositivos quieras y estén a nombre de quien estén. Claro, por solo 3.99 euros te pediría que, en lugar de prestárselo a la vecina del quinto le aconsejaras su compra.

Si lo quieres, lo tienes aquí en un par de clics. Gracias de antemano.

Todo sobre los casos de Ulises Sopena en su web

Un marinero llegando a buen puerto


—Buenas noches, ¿puedo ayudarte en algo?

Lo ha dicho sin apenas mover los labios, y su voz parece venir del cielo. Sus cabellos mojados dejan al descubierto el cuello, un cuello que cualquier hombre podría estar besando durante horas. Trato de cerrar la boca y la vuelvo a abrir lo justo para contestar.

—¿Es usted Carmen Estarrún?

—Eso dice ahí, ¿no? —señalando con el dedo la placa pegada sobre la mirilla—. ¿Y tú eres…?

—Ulises Sopena, señorita. Capitán Ulises Sopena, de la Policía Fluvial Metropolitana.

—Vaya, un marinero llegando a buen puerto. Pasa, pasa, por favor, con la puerta abierta y toda mojada lo único que puedo pillar es un buen catarro.

¿Abierta y mojada? ¿Ha dicho «abierta» y «mojada» o han sido imaginaciones mías?

Carmen se gira, obedezco, entro y cierro la puerta tras de mí. Su culo me guía en estado hipnótico por un corto pasillo hasta llegar al salón. Ella se sienta en el sofá, cruza las piernas un par de veces e instintivamente me viene a la cabeza una gloriosa imagen vista en alguna película antigua. Permanezco en pie hasta que, dando unas palmaditas en el sofá me indica que me siente a su lado. Prefiero el sillón, la visión frontal de un sospechoso es fundamental en todo interrogatorio.

—Bien, ¿y a qué se debe tu visita, Ulises?

Vuelve a cruzar las piernas y yo trato de fijar la mirada en el cuadro impresionista que adorna la pared a su espalda mientras noto cómo un sudor frío resbala por mi nuca. Intento a continuación concentrarme en el amplio ventanal que se abre al lago, pero sus ojos son demasiados ojos, su boca demasiada boca, su nariz me apunta con descaro, su toalla parece querer dejar de ser suya y adquiere vida propia, deslizándose —de modo accidental, supongo, con estas toallas nunca se sabe qué pensar— para anunciar un pecho izquierdo francamente prometedor. Solamente lo sugiere, pero si vuelve a respirar un par de veces más…

Fragmento de Cuestión de galones (LIteraturas com Libros, 2011)

Todo sobre los casos de Ulises Sopena en su web

«Cuestión de galones». Dossier de prensa


Cuestión de galones ya lleva un mes a la venta y ha cosechado (además de unas cuantas sonrisas si debo hacer caso a los lectores que han tenido a bien ponerse en contacto conmigo) varias reseñas.

Hora era, pues, de que la novela dispusiera de su propio dossier de prensa que te dejo aquí en formato pdf. Evidentemente, toda difusión que puedas hacer del mismo te será recompensada con mi amistad vitalicia. Gracias de antemano por descargarlo y compartirlo con tus semejantes.

Cuestión de galones. Dossier de prensa