Cansado se levanta de su sillón y amplía su radio de giro al comenzar a dar vueltas alrededor de nosotros. Si no fuera porque viste de blanco riguroso -es un clásico y jamás se le ha visto con un uniforme diferente del compuesto por bermudas, camisa de manga corta y calcetines altos, todo ello de un blanco inmaculado- y porque le considero un buen hombre incapaz de maldad alguna, se diría que es un buitre sobrevolando a quienes sabe van a terminar mal de un momento a otro.
-En efecto, no es mucho pero es lo que se puede hacer de momento. Y me alegra ver que parece que va sentando usted la cabeza y ha comprendido a la perfección la diferencia entre un inmigrante ilegal de origen norteafricano y un ciudadano presuntamente legal y miembro activo de la comunidad musulmana. Más exactamente, la diferencia entre las consecuencias que nos podría acarrear el mismo trato dispensado a esos dos perfiles distintos, que ya se sabe que unos somos más iguales ante la ley que otros. Además, con lo de la Alianza de Civilizaciones y todas esas mandangas debemos ser extremadamente cautos en investigaciones de este tipo, ya sabe a lo que me refiero.

-Por supuesto, coronel, y le repito que no debe preocuparse en absoluto al respecto que nos ocupa, que llevaremos al límite de la eficiencia las precauciones y procedimientos a seguir y que reportaremos informe puntual de cuantas evidencias coyunturales puedan afectar a la investigación en curso.
Cansado se muestra convencido -o aburrido, o despistado, no sé bien- con mi perorata formalista. Sara, por su parte, me ofrece la primera sonrisa contenida desde que hemos aparcado hace un rato el “affaire Rubén”, para lo cual se cubre el rostro con la mano derecha mientras desvía la mirada hacia la pared opuesta al punto en que se encuentra Cansado.
-Bien, pues aunque no debería hacerlo, confío en ustedes. Y espero no arrepentirme ni verme involucrado en un lamentable conflicto diplomático en estos últimos meses de carrera que me quedan. En fin, que sea lo que dios quiera.
-Insisto, coronel, no tiene porque preocuparse, andaremos con pies de plomo.
-Está bien, está bien, por mucho que lo repita no va a terminar de convencerme. Bien, si no hay nada más, ya pueden retirarse e ir a hacer su trabajo.
-Con su permiso coronel.
-Y, por favor…
-¿Sí?
-Tengan cuidado ahí fuera.
Salimos del despacho. No hemos alcanzado todavía el ascensor cuando Sara me pregunta por la aludida Alianza de Civilizaciones.
-Nada, una chorrada de principios de siglo, una entelequia surgida de la mente de un idealista inocentón y un tanto mediocre. Pero tú igual ni habías nacido, claro, cómo vas a acordarte; yo no tenía ni diez años, pero con la paliza que daba mi padre con las gilipolleces del tal Zapatero… De todos modos, te haré una confidencia: yo siempre he sido más de la Alianza Rebelde.
-Tampoco me suena.
-Claro, es que esa es todavía más antigua, si quieres te lo explico por el camino. Verás, hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana…
Fragmento de la segunda de mis novelas novelas -todavía en fase de redacción- protagonizada por Ulises Sopena. Si quieres leer el primero, Cuestión de galones, puedes acceder a todos los puntos de venta (Amazon, IbookStore, Smashwords, Edibooks, Corte Inglés, Grammata…) desde la web de la editorial, en la que también lo podrás comprar en formato epub sin anticopia DRM. PVP: 3.99 euros.
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